Ya no se podía esperar ni un solo día más. Ya no había tiempo para zarandajas y quedabienes. La transición entre el Gobierno de Zapatero y el de Rajoy había sido lenta y larga y Europa no nos permitía ni un segundo más de vida en la nadería. Porque eso fue lo que hizo Zapatero durante el último año y medio. Nada. Promesas que nunca llevó a cabo. Mareo de perdiz con unos recortes y unas reformas que nunca realizaba. Ahora, a las primeras de cambio, Rajoy se ha lanzado a hacerlas. No tenía más remedio. No podía esperar más. Había que ganar credibilidad ante el mundo. Había que hacer en lugar de prometer. Contra viento y marea. Incluso, contra quienes se han echado las manos a la cabeza porque haya empezado con un ajuste tan duro. ¿Qué otra cosa esperaban? Esto era lo que todos queríamos. Por lo que le habíamos dado la mayoría absoluta.
Entiendo que haya ciudadanos que se escandalicen, especialmente, después de ver que entre las medidas está una subida de impuestos. ¿Qué otra cosa esperaban? A fin de cuentas Rajoy no dijo que no iba a subir los impuestos en la campaña electoral. Yo no lo oí. Rajoy se pasó la campaña sin aclarar nada. En gallego total. Entre otras cosas porque ya lo decía Rubalcaba por él.
En cualquier caso, qué más da. Rajoy ha subido los impuestos como también es cierto que el Gobierno Zapatero nos ha dejado una herencia malsana. Y lo que es peor, con deudas ocultas. Mentiras peores aún que el posible incumplimiento de una promesa electoral.
Pero ya no es tiempo de debatir sobre el sexo de los ángeles. No es tiempo para perder en discusiones sobre si uno se saltó una promesa electoral o si el otro mintió con deudas ocultas. Este es otro tiempo. Es tiempo de poda. De podar presupuestos desmadrados para reducir la deuda y de podar algunos bolsillos pudientes y algo menos pudientes para aumentar los ingresos. Para regenerar. Es tiempo para ganar.
Lo demás, no tendría sentido. Porque se nos ha acabado el tiempo.
Pinocchio