Vamos a contar las formas en las que la candidatura de Ron Paul sería novedosa para el Partido Republicano.
Ningún otro candidato salido del partido de Lincoln ha acusado a Lincoln de provocar una guerra «insensata» ni de gobernar con «puño de hierro». Ni califica de «fracaso estrepitoso» la presidencia de Ronald Reagan. Ni propone la regularización de la prostitución y el consumo de heroína. Ni considera a América «el imperio más agresivo, extenso y expansionista» de la historia del mundo. Ni promete abolir la CIA, abandonar la OTAN y retirar la protección militar a Corea del Sur. Ni culpa del terrorismo al militarismo estadounidense, puesto que «ellos son terroristas porque nosotros somos ocupantes». Ni acusa al ejecutivo estadounidense de «encubrimiento» en el 11 de Septiembre ni pide abrir una investigación encabezada por el ex candidato presidencial Dennis Kucinich. Ni describe la muerte de Osama bin Laden como «absolutamente innecesaria». Ni afirma públicamente que no habría enviado tropas estadounidenses a Europa a poner fin al Holocausto. Ni excusa las ambiciones nucleares iraníes como «naturales» al tiempo que resta importancia a las pruebas de esas ambiciones como «propaganda bélica». Ni publica un boletín que afirma que el atentado de 1993 contra el World Trade Center habría sido «una operación de la Mossad israelí», ni defiende al ex Gran Maestre del Ku Klux Klan David Duke, ni critica «el demonio de la integración forzosa».
Cada uno de estas negaciones representa un escándalo que descalifica. Juntas, trasladan una especie de majestuosidad. La ambición de Paul y sus partidarios quita el aliento. Quieren borrar 158 años de historia del Partido Republicano en una única campaña política, relevándolo con una plataforma que es aislacionista, libertaria y conspirativa, de tintes racistas. No sucederá. Pero hay conservadores que parecen paradójicamente atraídos hacia el radicalismo del proyecto de Paul. Prefieren su píldora envenenada cubierta de cristales y empapada de ácido de batería Ello demuestra su masculinidad ideológica.
En muchos sentidos, Paul es el mensajero ideal de este mensaje. Su estilo es vago y desconcertado más que indignado — como si estuviera buscando continuamente las llaves del coche. Pero a los que rechazan su aislacionismo se les declara «belicistas». La administración George W. Bush, según su opinión, rebosaba «alegría» tras los atentados del 11 de Septiembre, al haber descubierto una excusa para el conflicto bélico. Paul es igual que el abuelo — siempre que el abuelo tenga la desagradable costumbre de la calumnia conspirativa.
Las críticas recientes a Paul — vertidas en reacción a las diatribas racistas contenidas en el boletín Ron Paul Political Report — han puesto el acento en la opinión que tiene el candidato de los derechos civiles. Los asistentes han negado que sea racista, lo que tranquiliza y no es particularmente relevante en la misma medida. Con independencia de sus opiniones personales, Paul se opone categóricamente a la construcción jurídica que puso fin al racismo aprobado por la administración. Su libertarismo implica no solamente la abolición del Departamento de Educación sino el rechazo al papel federal en los derechos civiles desde la Guerra Civil a la Ley de Derechos Civiles de 1964.
Es la razón de que Paul se cuente entre los funcionarios públicos más anti-Lincoln desde que Jefferson Davis abandonó el Senado. Según Paul, Lincoln hizo que 600.000 estadounidenses perdieran la vida con el fin de «liberarse de la intencionalidad original de la república». De igual forma, la Ley de Derechos Civiles de 1964 desplaza la libertad individual porque «el estado no tiene ninguna competencia legítima para violar el derecho de los propietarios de un bien a administrar su propiedad como les parezca». Un papel federal en los derechos civiles constituye un ataque contra «una sociedad libre». Según Paul, es igual que si el gobierno federal dictara que «no puede fumar habanos».
La comparación de los derechos civiles con el disfrute de un habano constituye mal síntoma de delirio ideológico. También ilustra la confusión que ocupa el corazón de libertarismo. El estado puede ser enemigo de la libertad. Pero el avance de una sociedad libre también puede ser resultado de la intervención pública — la protección de las libertades individuales frente a administraciones estatales corruptas o prácticas empresariales corruptas u ordenanzas corruptas. En 1957, el Presidente Eisenhower envió a un millar de paracaidistas del ejército a Arkansas a eliminar la segregación del instituto Central High School de Little Rock. Esto redujo la libertad del Gobernador Orval Faubus. Elevó la libertad de Carlotta Walls LaNier, golpeada por accidente mientras trataba de acceder al recinto. Una elección entre libertades fue imprescindible — y no fue difícil.
La concepción de la libertad que tiene Paul no es igual que la que tuvo Lincoln — lo que no es una condena de Lincoln. La opinión de Paul habría liberado a los afroamericanos del estatismo de la Abolición y de la Ley de los Derechos Civiles. Habría liberado a los inquilinos de los campos de concentración de su dependencia de los ejércitos de liberación. Y liberaría al Partido Republicano de cualquier aspiración a tener conciencia o poder.
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Michael Gerson