El abogado de Iñaki Urdangarin ha solicitado (y conseguido) una tregua de quince días para estudiar el amplio sumario. En realidad, más que aplazamiento lo que le hacía falta es un túnel de neutrinos, una máquina del tiempo que le lleve hacia atrás para corregir ciertos comportamientos que ya no tienen remedio. La trama se espesa y todo lo que rodea al Duque de Palma son facturas, encuentros con el diablo en residencias de Patrimonio Nacional, y antiguos amigos que le delatan; entre ellos un regatista que se ha convertido en la garganta profunda de la investigación.
A nadie se le puede criticar por la elección de sus amigos puesto que es la vida quién nos acerca, y nos separa, pero también es cierto que los hay con una notable capacidad para atraer al mal tiempo. El duque ha tenido la habilidad de rodearse de lo mejor de cada casa, bien durante su etapa como deportista o más tarde cuándo se convirtió en hombre de negocios. De esto último bien se ha encargado la Casa Real en desvincular a Urdangarin de la corona para que no salpique y han dejado claro que los negocios del duque son a título personal sobre todo lo que respecta a los «maleficios». Por supuesto que habrá que esperar a lo que diga el juez pero de momento lo tiene gris oscuro color panza de mosca. Además, coinciden las filtraciones del sumario con un momento económico bastante malo y el juicio va a comenzar cuando previsiblemente nos hayan subido nuevos impuestos. En época de vacas gordas hay comportamientos que se toleran mejor, en cambio el abogado de Urdangarin sabe que cuando el IVA aprieta las facturas irregulares se hacen más escandalosas y resultan muy antipáticas.
Tanto el duque como Camps están unidos por un destino de tragedia escénica en la que los protagonistas son «traicionados» por sus antiguos compañeros de farra. Ni uno, ni otro, podían imaginar que llegaría el momento en el que tuvieran que renegar de su pasado porque cuando fue presente lo vivieron con una normalidad absoluta, como si nunca fuera a llegar el atardecer de su esplendor. Nunca pensaron que el castillo de naipes se fuera a desarmar porque tenían bien protegida la puerta para que no se abriera por efecto de la corriente. Pero las amistades peligrosas huyen a subir en los botes salvavidas los primeros porque hay que tener en cuenta que aquellos que sirvieron para los días de vino y rosas nunca valen para recoger los restos de la fiesta, y menos cuándo hay un juez que pregunta por los nombres de los que bebieron el champán a morro.
Así que un cañón de neutrinos le vendría muy bien al letrado aunque tampoco nadie nos puede garantizar que regresando al pasado sepamos acertar con la elección de los amigos. Empeñarse en el error también es muy humano, ya sea uno expresidente, gañán o duque.
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Rafael Martínez Simancas