El grave problema que tiene España no radica en su déficit presupuestario, ni en balance de sus entidades bancarias, yo diría que ni siquiera en el paro que, de aquí a un año, es posible que comience a disminuir de manera sensible. El inconveniente más terrible es una invasión de mediocres que se ha instalado en los sindicatos, en los partidos políticos, en las empresas privadas y en la Administración. Así, al pronto, parecen inofensivos, porque, claro, como son mediocres, no ocupan altos cargos de responsabilidad, pero están agazapados, repartidos entre los fundamentales mandos intermedios, y, desde allí, se dedican a torpedear proyectos, neutralizar el ascenso de personas más capaces que ellos, resistir pasivamente a cualquier innovación, y emplear todas sus fuerzas en que no cambie su propio estatus, que, como consecuencia, significa que no cambie nada.
El mediocre no es tonto, porque el tonto no se entera de nada. El mediocre tiene la suficiente inteligencia como para distinguir que existen personas mucho más capaces que él, y que le pueden birlar el injusto puesto en que se encuentra, y que está muy por encima de sus méritos.
El mediocre es adulador con el superior, servil con los jefes y cruel con los inferiores, pero de una crueldad envuelta en buenas maneras para que parezca que las trampas que él pone parezcan cosa del destino. El mediocre, mejor dicho, la invasión de mediocres que sufrimos en este país, retrasa el crecimiento, paraliza los avances, pudre las soluciones, impacienta a los perspicaces y fatiga a todo el mundo. Si queremos que España salga adelante hay que imponer una cacería del mediocre. O acabamos con ellos o lograrán que nos hundamos todos en la inmensa mediocridad, donde en la vulgaridad y la insignificancia generalizada, se mueven como peces en el agua.
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Luis del Val