martes, noviembre 26, 2024
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Observada

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Les presento un nuevo relato escrito por un lector/a de estas Memorias de un Libertino. Nos lo remite una persona que se llama “Aristipo”, a quien agradezco, sinceramente, su colaboración por lo que significa de enriquecimiento de la sección. Espero que lo disfruten.

Observada

Durante un tiempo, estuve viviendo en una casa particular que me había alquilado una habitación. Era pequeña pero acogedora y, aunque el baño lo tenía que compartir con la familia, no me importaba porque en mi trabajo tenía el turno de noche.

Mis caseros eran un hombre mayor, gordo y mal encarado y su esposa, una mujer más joven que él. De unos cuarenta años.

Al volver del trabajo, cada mañana, desayunaba con el casero en silencio. Después, cuando se iba a trabajar, me quedaba en el salón unos minutos hojeando el periódico del día mientras miraba a la casera a hurtadillas. Durante sus quehaceres de la casa, yo, con mi fantasía y sin prisas, gozaba desnudándola. No sabía por qué, pero aquella mujer me atraía físicamente.

Una noche, en mi trabajo, al pasar por la sección de teléfonos móviles, se me ocurrió una brillante idea que puse en marcha a la mañana siguiente.

Antes de irme a acostar pasé al baño y le dije a la casera que iba a dejar cargando el móvil en él. Lo dejé sobre una repisa, pero con la cámara grabando. Quería saber que hacía aquella mujer cuando entrada. El morbo me podía.

Tanto me podía que apenas logré dormir aquel día, deseando ver las imágenes que se habrían grabado. Y lo primero que hice, al despertarme, fue comprobarlo. Y allí está todo.

La patrona, después de correr el cerrojo, se desnudó, ajena a la mirada invisible. Me recordaba a aquellas mujeres antiguas que aparecían en los libros del colegio. Formas redondeadas, pecho prominente pero turgente, coronados por aureolas sonrosadas y pezones grandes y duros, nalgas firmes, generosas caderas, boca sensual, triangulo cubierto por un suave bello finamente depilado… No podía dar crédito a lo que estaba viendo.

Bajo la ducha con una esponja enorme y jabonosa, acariciaba con suavidad todo su cuerpo. Con gracia y delicados movimientos recorría lánguidamente cuello, pechos, axilas, vientre, espalda, nalgas, sexo, interior de los muslos, piernas, pies… No tenía prisa. Se complacía en cada centímetro de su piel.

Cuando terminó, se envolvió con una toalla y, delicadamente, como si se tratase de porcelana china, empezó a secarse.

Poco a poco noté que mi cuerpo se excitaba. Los olores de aquel cuarto de baño parecían llegar a través del móvil y el siseo de la toalla sobre su cuerpo me hablaba.
Después, se puso desnuda delante del espejo a hidratar su cuerpo con aceite. Con cada movimiento se complacía. Sus manos hábiles y expertas recorrían con voluptuosidad su cuerpo. Se demoraba aquí y allá. Ora de frente, ora de espaldas. Curiosamente, advertí que pechos, nalgas y sexo, habían quedado fuera de su ritual. Pero mi confusión duró unos segundos.

Porque, en ese momento, se recostó en la bañera cómodamente, cerró los ojos y regó con copioso aceite sus blancas piernas y con las manos inició un delicado masaje. Despacio. Tomando su tiempo. Sin impacientarse. Delicadamente, pero con firmeza, pellizcó sus pezones. Una y otra vez. Y un suave gemido llegó a mis oídos. Mis ojos no podían apartarse de la pantalla. Mi respiración era cada vez más agitada.

Mientras con una mano seguía acariciando sus pechos, la otra serpenteaba hasta llegar a su sexo bañado en aceite. Con las piernas flexionadas, los ojos cerrados y la boca entreabierta, sus dedos recorrían el exterior de su túnel. Con pericia maestra sus dedos escrutaban y jugaban con su vulva. Sus dedos abrían los labios para dejar al descubierto su clítoris. A través de la pantalla, casi podía ver las fantasías que estaba teniendo mi casera.

Con movimientos pausados pero firmes comenzó a acariciar su clítoris. Su respiración se hacía entrecortada. Me desbroché mi ropa y empecé a tocarme. La patrona mojaba sus dedos en su boca carnosa. Y mientras que una mano trabajaba el clítoris, la otra rápidamente buscaba de nuevo su triangulo e introducía y sacaba su dedo índice cadenciosamente. Y hacía lo mismo con su gruta oculta entre las nalgas, en un arrebato sin fin.

Su espalda se arqueó de pronto, y noté que el jadeo ya era constante y e iba progresando. Sus movimientos eran más rápidos sin perder la armonía, su boca se abría, cabeceaba, se retorcía de placer, la respiración se agitaba… El clímax estaba cerca… Gemía, jadeaba, resollaba… Unos segundos de pausa… Y un grito prolongado rompió el silencio de mi habitación. Su orgasmo había llegado.
En ese momento, mi piel se erizó y mi cuerpo se estremeció. Cerré los ojos y exhalé un grito que se confundió con el suyo. Había llegado mi orgasmo.

Aristipo

Estas memorias están teniendo, afortunadamente, una gran aceptación entre los lectores. Lo demuestran el gran número de visitas que tiene semana tras semana y los comentarios que recibe. Por eso, de acuerdo con la dirección de Estrella Digital, he pensado realizar, dentro de la sección, un Experimento sexual: quiero que los lectores de ‘Memorias de un Libertino’ puedan publicar también sus relatos.  Sus sueños. Sus experiencias. Sus deseos ocultos.

El tema erótico será libre. Sólo pido que el texto no sea mucho más de un folio de extensión y que mantenga un mínimo de buen gusto. Se podrán firmar con seudónimo y se respetará el máximo de discreción. Tanto se respetará que los relatos NO deberán enviarse a la redacción de Estrella Digital sino a [email protected] Este es un correo creado, especialmente, para recibirlos y para que sirva también para aclarar cualquier duda o consulta.

Por supuesto, si alguien lo solicita, puedo también ayudarle literariamente a mejorar su texto.

Esperamos recibir muchos relatos.


Memorias de un libertino

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