Supongo que el juez estrella debe estar muy contento de esa polarización que se ha generado alrededor de su persona. Le gustará porque siempre le ha atraído la popularidad y la fama. Pero no se trata de estar a favor o en contra. Se puede ser amigo y quedar expectante ante la posición de la justicia.
El Tribunal Supremo de España le está juzgando porque ha considerado que había algunas anomalías. Pero todavía no se le ha condenado a nada, por eso se le está juzgando. No tengo una opinión contraria, pero tampoco a favor. Estoy esperando a que haya un veredicto para manifestar mi opinión, como lo hice por Marta del Castillo o de tantos otros. Estamos en una democracia y hay unas garantías jurídicas y una libertad de expresión que nadie puede ahogar, ni siquiera un juez. Así que espero y después hablaremos.
Creo que hay problemas realmente importantes en España como para salir a la calle a corear el nombre de un juez al que le he visto dudar entre la judicatura y la política en un espacio de tiempo muy reducido.
Un día el Sr. Garzón dejó la política para ocupar un puesto en las listas del Partido Socialista, concretamente en las elecciones de 1993, que ganaron, entre otras cosas, por la presencia del juez. Dijeron, entonces, que se pasaba a la política porque quería ser ministro, superministro. Pero no lo fue. Belloch le quitó ese puesto, por la decisión del entonces Presidente del Gobierno Felipe González, que pocos meses antes le había convencido para formar parte de su lista a las urnas. Finalmente no fue ministro y en su lugar, le nombraron responsable del Plan Nacional sobre las drogas. Un cargo menor a pesar de ser Secretario de Estado. Se torcieron sus expectativas y lo dejó. El juez estrella se negó a ocupar otros cargos. Un hombre que procedía de la primera línea de la comunicación, que dirigía investigaciones importantes en el mundo de la delincuencia desde la Audiencia Nacional, un auténtico número uno, querido y admirado por todos en España, no estuvo interesado en ese segundo plano. Y no lo aceptó. Estaba en su derecho y, si el hombre que mandaba no le consideraba lo suficientemente bueno para estar a su lado en el Gobierno, lo mejor era volver a la judicatura y abandonar la vida política, al menos de momento. Y así lo hizo.
Recuperó su puesto en la Audiencia Nacional y fue la espada que luchó con ganas contra la existencia del terrorismo de estado, contra los GAL. Garzón acusó a miembros del gobierno de Felipe González, entre ellos a José Barrionuevo al que acabó juzgado y encarcelado.
Fue pieza clave para que el PSOE ganase las elecciones de Junio del 93 y para que se alzase con la victoria el PP de José María Aznar en 1996. En ambas se habló de él. Odiado y querido por unos y los contrarios en momentos distintos. Un juez que no pasa desapercibido ni en el mundo del fútbol donde se ha declarado admirador del Barcelona. Posición que ha querido que se conozca para engrandecer su imagen, para buscar ese contraste de pareceres entre sus seguidores y sus detractores.
Baltasar Garzón se enfrenta ahora dos juicios y una acusación de algún medio de comunicación que le implica en unos pagos de más de un millón de Euros.
Sea o no verdad, lo cierto es que su persona provoca rechazos y adhesiones, curiosamente de los mismos. Y ahora manifestaciones. Concentraciones en las que hemos podido escuchar la acusación de fascistas dirigidas al Tribunal Supremo de España. Y en esa manifestación estaban los sindicatos, los representantes de los trabajadores. Hay otras gentes, más próximas al mundo del espectáculo, pero sin responsabilidad institucional.
Aquí caben varias preguntas: ¿están seguros los líderes sindicales de lo que defienden?, ¿Están a favor de las garantías jurídicas?, ¿El fin justifica los medios?.
No tengo nada contra Garzón, tampoco lo tengo contra Urdangarín, pero si la justicia dice, finalmente, que hay un delito, lo tendré, en uno y en otro caso… y contra Matas y los EREs, y el Gürtel… Ya está bien, sean o no mis amigos. ¿o no?
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Pedro Fernández