Es muy probable que con las exageraciones y ridiculeces llevadas a cabo por los nacionalismos se podría editar un tratado de la estulticia de fácil comprensión. A mí ni me preocupan, ni muchos menos me ocupan, porque de las tonterías procuro apartarme, que bastantes debo cometer ya por mí mismo. Lo que ocurre es que hay estupideces peligrosas, y ante ellas hay que alarmarse, porque los tontos, cuando no encuentran límites, terminan por sacarte un ojo.
En su obsesión lingüística, la Generalidad de Cataluña, a través de sus departamentos, ha dado orden de que el personal sanitario se exprese con los enfermos en catalán. Esta consigna alcanza el paroxismo en la circular de once páginas enviadas por un ilustre cateto, llamado Josep Mercadé, a la sazón director de Salud en Tarragona, donde se dice que, si el enfermo no entiende el catalán, se eche mano del «lenguaje no verbal de gráficos». O sea, que, según este ilustre tonto, antes que hablar español el médico o la enfermera deberá expresarse, como si se encontrara ante un sordomudo, ante un idiota o ante lo más parecido a un director de Salud de Tarragona.
Que esta orden sea inconstitucional es lo de menos, porque los nacionalismos se suelen pasar la Constitución por el forro de las termópilas con harta frecuencia, sin que nadie les tosa. Lo preocupante es cuando la idiotez atenta a la seguridad física de los ciudadanos y puede perjudicar su salud. Es probable que Josep Mercadé esté convencido de que si un enfermo se muere por desconocer el idioma catalán, que se joda, porque se lo tiene bien merecido, pero hay amplios sectores de la población catalana que todavía no han alcanzado ese grado de totalitarismo, ese autoritarismo violento y grosero, esa palmaria estulticia. Que, naturalmente, hasta la hora en que escribo, no ha recibido ni una rectificación, ni una corrección de un gobierno nacionalista que parece que está de acuerdo con la peligrosa tontería.
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Luis del Val