Poco se puede decir ya de este precipitado Congreso del PSOE que no se haya dicho ya por voces más autorizadas que la mía. Muchos han hablado ya de la división interna del partido, de la guerra fratricida, del poco debate interno y de la escasa renovación que va a suponer. Y, posiblemente, todos lleven algo de razón porque eso es lo que está sucediendo en Sevilla. Eso y mucho más, si a ello le unimos unas elecciones autonómicas andaluzas que están a punto de perder y que está creando muchísimas tensiones debido a que es una de las federaciones más fuertes.
Algunos otros, en cambio, han hablado de un Congreso de transición. Entre estos me encuentro. Transición para ganar tiempo.
Tras la debacle sufrida en las elecciones de noviembre y la destrucción identitaria del socialismo español llevadas a cabo por Rodríguez Zapatero, el PSOE sólo podía hacer una cosa para evitar el desánimo y la diáspora: lavarse la cara. Y eso es lo que se va a hacer en este Congreso. Lavarse la cara para ganar tiempo. Renunciar al zapaterismo para ganar tiempo. Olvidar a Zapatero y tratarlo como un accidente para ganar tiempo a la espera de que surja un nuevo líder que regenere de verdad al partido e, incluso, por qué no, que refunde el partido. No se entiende de otro modo. No es posible de otro modo.
El problema es que no será fácil. Que costará olvidar al peor presidente español de todos los tiempos y casi el peor socialista. Entre otras cosas porque los dos candidatos a sustituirle al frente del PSOE estuvieron muy cerca de él e, incluso, le jalearon en su deriva.
Pinocchio