Los congresistas advenedizos llevan en la administración un año prácticamente, y hasta la fecha no han hecho más que hablar de recortar la deuda nacional.
Pero la mañana del miércoles, ocho legisladores decidían tomar medidas por fin. Programaron un «importante anuncio», invitaron a los medios y anunciaron un plan para reducir el déficit en — ¿está sentado? — 1,435 millones de dólares
Cifra que viene a ser la friolera de menos del 0,00001% de la deuda nacional. Entre los analistas presupuestarios, la fórmula técnica para referirse a estas cantidades es «racaneo».
Los legisladores anunciaban devolver las partes sin uso de sus presupuestos de gabinete con la esperanza de que el dinero pudiera ayudar a extinguir la deuda pública. Y estaban encantados de haberse conocido.
«Bien, puedo escuchar a los tertulianos diciendo: ‘Ay mira, estos novatos, qué ostentosos son», decía el congresista Republicano de Carolina del Sur Jeff Duncan. Bueno, ¿por qué diría eso un tertuliano? Bien, a lo mejor porque Duncan pronunciaba estas palabras mientras posaba delante de las cámaras sosteniendo un cheque de pega de 40 X 15 con «protección del contribuyente» escrito en el destinatario. Al acabar la pompa, desfilaron al Capitolio para entregar sus «cheques» al presidente de la Cámara John Boehner, congresista Republicano de Ohio.
«En lugar de devolver este dinero simplemente, luego difundir un comunicado de prensa y felicitarnos después», decía el congresista Republicano de Louisiana. «Vamos a convocar una reunión y solicitar al presidente de la cámara baja que utilice este dinero para extinguir nuestra deuda nacional».
Este gran plan exhibía unos cuantos defectos, no obstante. En primer lugar, devolver dinero a la administración a finales del ejercicio es un acto rutinario del Capitolio. Como observaba esta semana el periodista del Politico Scott Wong, lo hacen prácticamente todos los senadores. Muchos congresistas también lo hacen — sin convocar ruedas de prensa.
Por encima de todo, el ejercicio puso de relieve que el ahorro entre los congresistas advenedizos es algo relativamente infrecuente. Landry decía que los demás y él habían invitado a todos los legisladores que habían ahorrado dinero en sus gabinetes el último ejercicio a unirse a ellos en la rueda de prensa — pero la participación resultó ser inferior al 10% de la representación Republicana incorporada las últimas elecciones.
Lo que es peor, cuando los legisladores finalizaron sus intervenciones, el turno de preguntas sacó a la luz que ni siquiera habían obtenido un compromiso de Boehner de que el dinero se fuera a destinar a extinguir la deuda; podría ser transferido a cualquier otro programa del Estado simplemente. «Sólo hay que preguntar», decía Landry. ¿Preguntó pues a Boehner? «No», dijo. «Vamos a proceder a remitirle un escrito».
Fue otra señal de que los revolucionarios que llegaron al poder en las legislativas de 2010 con visiones de transformación de Washington han acabado desempeñando la misma clase de medidas pequeñas y simbólicas que llevan años ocupando a los legisladores. Fue la admisión tácita de las
expectativas rebajadas.
«Yo fui parte de una representación que prometió hacer mejor las cosas, que prometió ser más ambiciosa», decía el congresista Republicano de Kansas Tim
Huelskamp. Pero «mejor» y «más ambiciosa» al parecer no tocaban, así que devolvió 145.000 de la caja de su gabinete. «No basta con hacerlo, hay que decirlo», proseguía el confundido legislador, «y esa es la razón de que estemos aquí hablando de esto».
En otras palabras, están hablando de hacerlo.
Huelskamp reconocía que los pagos efectuados — el equivalente al 12% del presupuesto total de los gabinetes de los legisladores — son «una pequeña aportación» simplemente.
Y Landry, en su jerga de Louisiana, reconocía que «no hace falta ningún matemático universitario para hacer las cuentas. Esto es como la cuenta de la vieja, ¿sabe?»
Pero el escaso importe no obstaculizó en absoluto exhibir aires de grandeza a los satisfechos legisladores. A medida que las muestras de escepticismo iban saliendo de la prensa acreditada en el Congreso, el congresista Republicano de Idaho Raul Labrador pasaba a la defensiva. «La gente como vosotros cuestiona los motivos de la gente que intenta rebajar la deuda», denunciaba.
No, pero sí que cuestiona los motivos de la gente que, un año después de llegar a Washington con planes de cambiarlo para siempre, va danzando por el Capitolio con cheques de pega evitando preguntas.
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Dana Milbank