Tengo para mí que la clave que explica la victoria de Pérez Rubalcaba sobre Carme Chacón hay que buscarla no tanto en la trastienda de la cocina del congreso de Sevilla, como en el pacto logrado hace algún tiempo entre Rubalcaba y Pepe Blanco para hacerse con el control del partido tras la marcha de Rodríguez Zapatero. Buena parte de los miembros de la nueva ejecutiva del PSOE (Elena Valenciano, Oscar López, etc) son dirigentes aupados por Blanco en su etapa de secretario de organización. Aunque tras el «affaire» de la gasolinera y a la espera de lo que decida el Tribunal Supremo, el político gallego, con buen criterio, se ha retirado de la primera fila, el pacto con Rubalcaba funcionó y buena parte de los votos cosechados por el nuevo secretario general fueron de delegados que ocupan cargos orgánicos a los que accedieron en el tiempo en el que Blanco cortaba el bacalao.
Cuando se dice que la victoria de Rubalcaba ha sido pírrica, sin llegar a faltar a la verdad (la diferencia de 22 votos sobre un total de más de 900, efectivamente es exigua), no se tiene en cuenta el efecto de lo que podríamos llamar el «factor Blanco». Si, como dice con ironía, Joaquín Leguina, Pepe Blanco no se hubiera bajado a repostar en la gasolinera de Guitiríz, y, en consecuencia, hubiera podido pastorear el congreso, el triunfo de Rubalcaba habría sido mucho mas abultado. De lo sucedido en Sevilla se puede inferir que, como eventual continuador del «zapaterismo», la fuerza de Chacón en el PSOE es menor de lo que han querido dar a entender sus propagandistas. Tan es así, que pronto veremos que la primera tarea de Rubalcaba consistirá en desandar el camino seguido por su antecesor en la secretaria general. Liquidar el «zapaterismo», esa será la prioridad. Preparar al partido para afrontar en mejores condiciones políticas la travesía del desierto.
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Fermín Bocos