Vino a granel: Dícese del producto sin marca, sin origen, susceptible de ser colocado en el mercado bajo una etiqueta diferente y donde su único reclamo es el precio. Y en este contexto está el vino en España. Últimamente llegan noticias a priori buenas, ¡qué digo!, excelentes: “Las exportaciones de vino español alcanzan su record histórico”. ¿Será que por fin valoran el vino español?, ¿nuestros triunfos en el deporte nos ha puesto de moda?, ¿por fin está funcionando el engranaje promocional de ICEX, Cámaras de Comercio y demás? Desgraciadamente, nada más lejos de la realidad, a quien tenemos que darle las gracias es al vino a granel que el año pasado aumentó nada menos que un 44% en volumen y 52% en valor. En 2011 inundamos de este tipo de vino a medio mundo. Había que eliminar stock y nuestros productores se han movido y muy bien, ya que incluso el mercado a granel está complicado. Los países del nuevo mundo también están tirando por esta guerra de precios, lo que está haciendo que nuestro precio medio por litro no llegue al euro. Y no seguimos de producir, hace unos meses arrebatamos el segundo puesto a Italia en el ranking de productores mundiales. En el primer puesto, Francia que sí ha conseguido una imagen de calidad global. A nosotros, a pesar de nuestra larga tradición y de ser los segundos mayores productores, nos han puesto en el pelotón de los “Otros”. Ese grupo temido de toda carta de vinos donde tras especificar vinos franceses y vinos italianos, pasamos al pelotón de los otros, junto a países del Nuevo Mundo. Naturalmente, políticas como potenciar el vino a granel poco ayudan.
¿Y cómo remediar esta situación? Todos los expertos de marketing, product manager, comunity media y demás anglicismos nos lo llevan diciendo durante años: “para incrementar nuestras ventas, tenemos que crear imagen de marca”. Y qué fácil lo teníamos. España es un país famoso por muchos tópicos, puede ser, pero famoso a fin de cuentas. De entre los cientos de países en el mercado, nuestro país es conocido por aspectos positivos como su gastronomía, el sol y la fiesta. Ésa era hasta ahora nuestra España, pero en los últimos años lo “chic” es ir en contra de lo que nos ha hecho diferentes. Nuestra imagen internacional está plagada de estereotipos, para eso se llaman estereotipos, pero no es de buenos comerciales tirar por la ventana el trabajo de muchos años. En vez de hacer nuestro castillo partiendo de esa base, hemos querido tirar piedras sobre nuestro propio tejado. Empezando por los toros, un espectáculo cada vez más criticado dentro de nuestras fronteras e incluso prohibido en algunas zonas y continuando con pequeños detalles como la costumbre, ahora demodé, de ofrecer aceitunas en el aperitivo, uno de los productos más exportados de nuestro país. Ahora se llevan las tapas deconstruidas, para gustos… Incluso la sangría ha sido una bebida despreciada por la propia hostelería y sólo en las zonas de costa, las que no entienden de prejuicios, sino todo lo contrario, la han hecho marca registrada. Allí los camareros, si hace falta, se visten de sevillanas, toreros o lo que haga falta porque el negocio es vender. Y en esta línea llegamos a los vinos a granel, echando al traste todo el esfuerzo de terruño, denominaciones, variedades y calidades del vino.
Curiosamente, en nuestra particular cruzada de enterrar lo que nos ha hecho famosos, nos llegan noticias como que los toros han sido declarados Bien de Interés Cultural en Francia, de que la industria de la aceituna de mesa española es una de las más rentables de nuestro país y que en España se bebió el año pasado un 23% más de sangría y tinto de verano; mientras el vino sigue en continuo descenso. Mientras despreciemos lo nuestro, poco se podrá hacer.
María D. Nepomuceno