lunes, noviembre 25, 2024
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Caos en el Cairo

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¿Qué clase de revolución democrática hay en Egipto que presenta cargos contra 19 trabajadores estadounidenses de organizaciones no gubernamentales que vienen defendiendo la democracia? La respuesta es una revolución confusa, que busca gente a la que achacar sus problemas. Estados Unidos debería reservar su indignación por el momento — y evitar una suspensión apresurada de la ayuda que agravara una mala situación.

La revolución egipcia, transcurrido un año, está teniendo dificultades para establecer una administración en medio del caos. El levantamiento popular espontáneo y multitudinario que derrocó al Presidente Hosni Mubarak ha cedido el paso, como era de esperar, a una amalgama caótica en la que bandas anárquicas organizadas recorren las calles, los partidos de orientación ideológica dominan y las voces moderadas son desmoralizadas. Fayza Abul Naga, el ministro egipcio que inició la caza de brujas contra las organizaciones no gubernamentales, advertía de forma siniestra de «la seriedad de la administración a la hora de sacar a la luz los planes de desestabilizar Egipto de algunos de estos colectivos».

Si ha leído la obra de Crane Brinton «Anatomía de la Revolución», sabrá lo que podría venir después: caos generalizado con golpe económico y un creciente coro de voces que achacan la situación a manipuladores extranjeros — coro acompañado de un líder fuerte, el hombre o el mulá que aprovecha la tesitura y promete restaurar el orden, la seguridad y la cohesión nacional.

Pero existe otra posibilidad, que es que los jóvenes activistas que llevaron a cabo la revolución sigan presionando en favor de la libertad, la dignidad y la justicia social por las que arriesgaron sus vidas hace un año. En esta cambiante situación, Estados Unidos cometería un error estableciendo demasiado pronto las líneas de contacto entre facciones enfrentadas — pongamos, anunciando una suspensión de la ayuda al ejército egipcio y la administración civil en represalia por los cargos presentados contra los trabajadores estadounidenses de organizaciones no gubernamentales. Dejaríamos a América como el enemigo exterior, cosa que no somos.

Tomemos perspectiva con respecto al caos de El Cairo para realizar unas cuantas observaciones sencillas:

 — En primer lugar, los activistas de ONG no estaban haciendo nada siniestro. Vengo leyendo con regularidad durante el último año las crónicas de activistas del Instituto Democrático Nacional de El Cairo, y están defendiendo el nuevo Egipto, no intentando someterlo. Su objetivo es ayudar a formar a los egipcios en el conocimiento que les hará falta para hacer que la democracia y el aperturismo funcionen; mismo caso de los otros tres grupos estadounidenses cuyos integrantes han sido procesados: el Instituto Republicano Internacional, el grupo Freedom House y el Centro Internacional de Periodistas. Si no presentaron todas las instancias necesarias en esta sociedad burocratizada, ello debería de arreglarse; pero si apoyar la democracia se ha convertido en un delito en Egipto, es triste.

 — En segundo lugar, a pesar de la benigna misión de las organizaciones no gubernamentales, es comprensible que algunos egipcios estén inquietos. Se trata de un país que intenta liberarse de generaciones de operaciones de manipulación y subordinación a potencias extranjeras, a menudo encabezadas por Estados Unidos. Si están paranoicos con la idea de «manos extranjeras» que se entrometen en sus asuntos, tienen motivos para estarlo. Y no se trata de alguna trasnochada inquietud tercermundista. Imagine la reacción si se descubriera que el gobierno francés había estado abriendo delegaciones de forma discreta por todo Estados Unidos con vistas a una «Entidad para la Libertad, la Igualdad y la Fraternidad» destinada a impulsar los valores galos; los estadounidenses no estarían encantados.

 — En tercer lugar, mi apuesta sigue siendo por los jóvenes de Egipto. Formen parte de grupos seculares o de la Hermandad Musulmana, son las voces del cambio. Comparten un compromiso común de dar mayor protagonismo a la ciudadanía, que se puede remontar a los primeros momentos fundamentales — los comentarios en Twitter utilizando el hashtag #Jan25, o el perfil de Facebook «Todos somos Jalid Said». Estas redes son dispersas, y no hablan todas con una sola voz. Pero tienen las herramientas para levantar un Egipto nuevo dentro del cual administración y ejército rindan cuentas a la población.

Esto es lo que sí que me preocupa, al examinar los acontecimientos acaecidos en Egipto. La Hermandad Musulmana, habiendo recibido el respaldo firme en las parlamentarias, está a punto de formar gobierno. Se trata de un colectivo que proclama «el islam es la respuesta». ¿Pero está abierto a otras respuestas, de fieles del islam o de no musulmanes por igual? Ese es el mayor interrogante del nuevo Egipto, y la razón de que espere que la Hermandad Musulmana responda a los llamamientos a la puesta en libertad de los trabajadores de las organizaciones no gubernamentales.

Turquía es citada a menudo como referente de la reforma política democrática en Egipto, y en principio lo es — hasta cierto punto. Pero si pensara que el nuevo gobierno egipcio reducirá la independencia de los medios, la judicatura o el ejército de la misma forma que ha hecho el gobierno turco durante los últimos años, entonces me inquietaría. La democracia egipcia es una labor abierta, y la Hermandad y todos los demás deberían avanzar hacia una mayor libertad, no hacia menos libertades.

David Ignatius

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