En alguna ocasión, el editorialista de Estrella Digital ha criticado los comportamientos de determinados jueces que, al tiempo que buscaban la verdad iban al encuentro de los flashes. Entre esos jueces ‘estrella’ ha estado siempre el primero de la lista, Baltasar Garzón, y después muchos otros compañeros en la Audiencia Nacional que no se han podido resistir a la fama. Nadie puede negar que el magistrado, como otros, abusó en la interpretación de ese papel que él mismo se dio. Su fama de juez mediático fue, en este caso, acompañada en paralelo por su falta de pericia en la instrucción de los sumarios. Pero hasta eso se lo pasaban por alto los enemigos invisibles de su gremio que, en la primera mitad de la Democracia, habían quedado desarticulados.
En la última década, sin embargo, aquella vieja guardia y sus cachorros han tenido tiempo e inteligencia para reorganizarse y volver a ocupar los puestos en determinadas instituciones que siempre han creído de su propiedad. Y Garzón, víctima de su soberbia, ha ido dejando muchos flancos débiles y, utilizando términos taurinos, le perdió la cara al toro porque pensaba que ya no había peligro. Nada más lejos, como ha quedado demostrado. La bestia se estaba alimentando y creciendo alrededor del juez sin que él se diera cuenta.
En pocos casos como el de Garzón estaba escrito el final antes de que llegara a producirse. El juez ya estaba condenado antes, incluso, de sentarse en el banquillo. El exfiscal anticorrupción, Carlos Jiménez Villarejo, uno de los hombres más “odiados” por los llamados jueces conservadores y la caverna mediática, no se ha mordido la lengua y ha sido lo suficientemente explícito en su análisis, señalando a los magistrados Varela y Marchena de haber «acreditado a través de la sentencia su enemistad expresa» con el juez Baltasar Garzón.
Si eso lo dice alguien tan vinculado a la administración de Justicia no cabe que quienes piensan lo mismo tengan reparos a la hora de hacer suyas las palabras de Villarejo en la Cadena SER: “A partir de un tribunal que es nulo, de una sentencia que carece de fundamentos rigurosos y la culminación de una venganza institucional, es un día para estar abochornado”.
Y vaya si lo es, porque lo que parece que aquí se ha consumado es, precisamente eso, una revancha institucional orquestada por unos y seguida por otros. Es la legalización de los ladrones de guante blanco, ésos que están siempre en el mismo sitio y que, si los cogen, también siempre encuentran argucias legales y cómplices bien situados para irse de rositas echando mierda a quienes tratan de parar sus tropelías.
Es el mundo al revés y un claro ejemplo de cómo está la Justicia en España. Es sintomático que el primer condenado por la mayor red de corrupción que ha habido jamás en España sea el juez que quiso poner coto a los sinvergüenzas, mientras los presuntos corruptos todavía no se han sentado en el banquillo. Es sospechosa y sorprendente la rapidez del Tribunal Supremo para dictar sentencia.
Después de esto y de la absolución de Camps, los imputados en el caso Gürtel pueden estar tranquilos. Saldrán limpios. Para ellos es un punto de retorno y como ha señalado la presidenta de la Comunidad de Madrid, Esperanza Aguirre, retorciendo la realidad del caso, “es un día muy alegre para la democracia y no muy triste».
Pocas veces hemos suscrito las opiniones del líder de Izquierda Unida, Cayo Lara, pero en su análisis sobre la sentencia ha estado, como Jiménez Villarejo, especialmente atinado. “Vamos a tener –ha dicho- dificultades para explicarles a nuestros hijos que los buenos fueron condenados y los malos no se han sentado en el banquillo».
Y realmente es así, la casta de la rancia judicatura sabe cuidarse de los intrusos. Y la caverna, también. Hay cosas que no se perdonan ni así pasen 30 años.
Editorial Estrella