Leo en El Mundo que desde comenzó la humanidad, hemos habitado la tierra 107.602.707.791 homo sapiens. Lo dice un grupo de científicos norteamericanos que, haciendo extrapolaciones y utilizando programas informáticos, han definido, más o menos, cuantos hombres y mujeres hemos pasado por la madre Tierra. Vista la cifra y recordando, como hace el diario de Pedro J. Ramírez, a Arthur C. Clarke, el autor de la prodigiosa obra 2001, una odisea del espacio, cada uno de nosotros, los vivos de hoy, estamos acompañados por algo más de treinta espíritus de otros vivos que ya no lo son.
Tiene gracia la cosa, porque aún así, a veces tenemos la sensación de vivir en una gris y triste soledad planetaria, cuando los hechos demuestran, también, que vivimos en un Universo de miles de millones de estrellas y, por tanto, de miles de millones de oportunidades de albergar planetas en los que quizá, desde hace milenios, han vivido otros tantos cien mil millones de seres aquejados, quizá, del mismo drama de sentirse únicos y aislados en medio de la inmensidad.
Se empequeñecen las preocupaciones cuando uno piensa en la suma de los problemas que habrán aquejado a esta espectacular cifra de vecinos de nuestro mundo. Si hoy pensamos en nosotros mismos como autores de la historia, olvidamos por más memoria histórica que apliquemos, el paso duro y terrible por la existencia de nuestros antepasados. ¡Qué somos más que una mota de polvo en la cuartilla de la estadística! El caso es que eso no nos cura de lo inmediato, pues como dice el refrán: mal de muchos, consuelo de tontos. Y eso aunque lo inmediato ignore que este habitáculo ha dado alojamiento a tan extraordinaria cifra sin que la gran Casa Común haya perecido por tan terribles porcentajes previsibles de estulticia, maldad, necedad y todas esas actitudes sangrantes tan nocivas para el desarrollo, la convivencia y el bienestar de todos los demás.
Si multiplicamos, siguiendo el ejercicio y convirtiéndolo en juego, el número de habitantes por el de sueños sin cumplir, y de sueños cumplidos, ambiciones perdidas, esperanzas, éxitos y decepciones, tendremos algo más que una cifra escandalosa, obtendremos el significado confuso de un mar de conciencias perdidas en un naufragio colectivo, una deriva sin sentido en la que vienen y van, como las olas, las angustias y las alegrías, las incertidumbres y las certezas meciéndose en el paso del tiempo creando un todo universal que, ese sí, sería imposible cuantificar, imposible certificar e imposible comprender en toda su magnitud.
Porque, al fin y al cabo, de anhelos y tristezas está hecha nuestra carne mortal. Tenemos aquí la residencia, pero nuestras expectativas nos trascienden, nos sobrepasan y su valor, el verdadero valor de la conciencia humana, hecho de todo eso que llamamos las oportunidades de la vida, se desenvuelve en una dimensión en la que no caben operaciones.
La vida es algo más que números. Por eso, cuando nos cuentan, nos niegan. En un procedimiento tramposo nos convierten en dígitos de un contador sin sentido. Pero la vida humana, eso que disfrutamos con nuestros defectos y con los atributos de nuestro pensamiento, inteligencia y sentimientos, es mucho más y aunque aún seamos incapaces de entender su autentico significado, trasteando todavía con los asuntos de la filosofía, es algo que si me permiten la ocurrencia cursi, es un bien hermoso que nos obliga a disfrutar más allá de cuántos somos, cuántos hemos sido y hasta cuántos podremos llegar a ser.
Otra cosa es que los políticos y los gobiernos, y los mezquinos intereses de otros cuantos, esos sí fácilmente identificables en su número, pretensiones y comportamientos, hagan del sufrimiento y la pena el calvario de existencias que más que contarse por números enteros, se hacen visibles por su deseo muchas veces cumplido, de poner fin cuanto antes a su desgracia hecha de hambre, miseria, pobreza y desesperanza.
Somos muchos. Y hemos sido muchos más. Pero ojalá hubiéramos sido mejores. Aún estamos a tiempo, al menos, de intentarlo. ¿Nos llevará la evolución a la felicidad como final de esta cuenta fastuosa? Quién sabe. De momento, como el Barça, vamos perdiendo inexorablemente.
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Rafael García Rico