Antes de que Barack Obama pueda derrotar a sus rivales, tiene primero que garantizarse a sus amigos.
Algunos de ellos están insinuando ya que su medida para hacer obligatoria la medicina contraceptiva en la cobertura de las instituciones médicas religiosas fue una diestra estratagema política. «He llegado a la conclusión observando a este presidente de cerca durante años» aduce el autor Andrew Sullivan, «de que lo que a menudo parecen tropezones tácticos a corto plazo acaban siendo maniobras estratégicamente consumadas a largo plazo. Y si esto era una trampa, la derecha religiosa cayó de lleno». Los conservadores religiosos quedan ahora identificados, dice, con «la oposición a la contracepción». Los Republicanos han alcanzado «la fusión con el Vaticano». Obama está librando el encuentro evidentemente como una carrera de fondo.
Consideremos las implicaciones de este elogio. Significa que Obama atacó las creencias centrales de algunos de sus conciudadanos con el fin de seducirles a llevar un comportamiento políticamente autodestructivo. El presidente está dispuesto a manipular los derechos constitucionales de la población religiosa con el fin de suscitar una reacción indignada. Según este escenario, Obama es un monstruo maquiavélico que no merece un puesto en la administración.
Pero yo no creo que la sentencia de Sullivan sea precisa. Todos estos sucesos llevan las huellas de una épica metedura de pata de la Casa Blanca. La política acabó en un debate interno en el seno del cual vicepresidente y jefe de gabinete se pusieron de la otra parte. Los verdaderos incondicionales progres ganaron por puntos. El anuncio se echó a perder. La Casa Blanca se quedó impactada a causa de la intensidad y el alcance de la oposición.
Es difícil concebir que Obama quisiera críticas de los titulares y los candidatos Demócratas, incluyendo las de un ex secretario del Comité Nacional Demócrata. O que quisiera quemar naves con los obispos católicos poco antes de unas elecciones. O que quisiera la promesa de desobediencia civil del pastor evangélico más conocido de América, Rick Warren.
La legislación inicial era un caos. La retirada parcial fue más diestra. El objetivo de Obama no era la resolución sino la indignación. La obligatoriedad de la medicina contraceptiva pasó de los responsables católicos a las aseguradoras. En lugar de ser obligadas a contratar un seguro que vulnera su confesión, las instituciones religiosas se verán obligadas a contratar un seguro que contribuye a la rentabilidad y la viabilidad de una empresa que está obligada por el código federal a vulnerar su confesión. La contabilidad creativa, se conoce, puede abarcar una multitud de pecados.
Pero la obligatoriedad indirecta es menos agresiva y humillante que la directa. Se ha convertido simplemente en una más de una serie de medidas obligatorias para el sector privado dentro de la reforma sanitaria Obamacare — motivando la derogación eventual del código en lugar de la desobediencia civil. Y los religiosos podrían responder rápidamente a la extralimitación extralimitándose. Hay conservadores que afirman que cualquier empresa, -no solamente los hospitales y las organizaciones religiosas de caridad-, debería de poder reservar la medicina contraceptiva causa de la confesión del propietario de la empresa. En nuestro actual contexto político e ideológico, esto probablemente sea pasarse. La defensa de la libertad religiosa une. La oposición a la contracepción divide.
Obama ha desactivado parcialmente una crisis que se ha creado él. Pero alguna repercusión de su metedura de pata va a perdurar.
En primer lugar, Obama ha dejado claro quién forma parte de su coalición ideológica y quién no. Los debates en torno a la estructura y la reestructuración de la legislación contraceptiva se resolvieron entre administración y colectivos antiabortistas y feministas. Los más afectados directamente por la medida obligatoria, -la Conferencia Episcopal de los Estados Unidos en particular — no estaban presentes. La administración no llevó a cabo ninguna consulta sustancial con los obispos católicos, que sólo fueron convocados para recibir los pronunciamientos. El progresismo de los grupos de interés está vivo y coleando en la Casa Blanca Obama.
En segundo lugar, la administración ha adoptado y aplicado de forma consistente una opinión de la libertad religiosa tan estrecha que prácticamente no impone ningún límite a la intervención federal. En la sentencia del caso del centro luterano Hosanna-Tabor en el Supremo, el Departamento de Justicia sostuvo que no debe de existir ninguna «excepción ministerial» de ningún tipo, -capítulo que el tribunal desestimó por ser «sorprendente»-. La medida obligatoria modificada sigue suponiendo que la libertad religiosa solamente se aplica a las instituciones cuyo principal objetivo es la práctica religiosa, dejando expuestas a futuras regulaciones a todas las demás instituciones religiosas.
En tercer lugar, Obama ha renunciado a su principal atractivo político para los votantes religiosos con respecto a las últimas elecciones, su apoyo a las aseguradoras de tintes religiosos. Cualquier tentativa de repetir esta maniobra va a verse absurdamente desconectada de la realidad.
En cuarto lugar, de un solo error de cálculo, Obama ha logrado unir a los conservadores económicos y sociales en la indignación contra el activismo
del Estado y movilizar a los conservadores religiosos de una forma que nunca podría haber logrado Mitt Romney por su cuenta. Los debates crispados en América se dividen al 50 por ciento. Pero el objeto de una agresión ideológica no se olvida con facilidad.
Si Obama está jugando al ajedrez político, acaba de sacrificar a su reina, a una torre y a todos sus alfiles. Tendría que tratarse de una estrategia a
un plazo verdaderamente largo.
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Michael Gerson