Quedan nueve meses para las elecciones, pero el Presidente Obama ya está sacando la artillería pesada.
En concreto, se está enfundando el Cañón Extremo de Aire Comprimido.
Obama entró a media jornada del martes en el State Dining Room y se encontró con Joey Hudy, de 14 años de edad, y el cañón de aire comprimido que inventó como parte de una feria científica.
«Al Servicio Secreto esto le va encantar», dijo el presidente, pero no le molestó. Pidió a Hudy que le dejara el cañón, pidió a los presentes que se hicieron a un lado, bombeó el compresor — y disparó un proyectil al otro lado de la estancia que Thomas Jefferson utilizó como despacho. Bajo la mirada vigilante de un retrato de Abraham Lincoln, el proyectil por poco atraviesa una ventana y se estampó contra una pared cercana a la puerta del Red Room.
Minutos más tarde, el jefe del ejecutivo bajaba las escaleras con destino al East Room para informar de su clasificación, diciendo a las 32 cámaras de televisión reunidas que disparó «un proyectil a través de un arma de aire comprimido, fue muy emocionante».
Fue tan emocionante que el secretario de prensa de la Casa Blanca Jay Carney protagonizó la rueda de la tarde del martes con más información acerca del Extreme Marshmallow Cannon, insinuando que le gustaría armarse en el estrado. «Espero que hayan disfrutado de la feria científica», dijo. «El presidente desde luego sí». Carney pasó entonces a debatir «otro momento de la jornada presidencial que hizo las delicias del presidente» — charlar con el entrenador de cabecera de los New York Giants.
Obama parece estar de pronto encantado de haberse conocido, y no es raro: podría ser el hombre con más suerte vivo.
En el último momento para salvar su reelección, la economía empieza a dar signos de mejora, como evidencia el dato del empleo del viernes. Y los rivales Republicanos de Obama están cobrando la forma de un enemigo tan formidable como, bueno, los proyectiles de aire comprimido. Mientras Mitt Romney, Newt Gingrich y Rick Santorum se hacen mutuamente imposibles de elegir presidente, el presidente interpreta temas de Al Green, felicita a los ganadores de la Super Bowl, se divierte con proyectos científicos, recauda cantidades obscenas de donaciones electorales y contempla subir su popularidad.
Según los patrones históricos, el elevado paro y el lento crecimiento económico deberían combinarse para sentenciar a Obama. Pero los patrones históricos no tienen cuenta a un rival que hice encantarle despedir a la gente. El sondeo Washington Post-ABC News de esta semana sitúa a Obama con una ventaja de nueve enteros sobre Romney y 15 enteros sobre Gingrich. Y el oráculo electoral Charlie Cook escribía el martes acerca de un cambio fundamental en las esperanzas de Obama, a medida que las posturas Republicanas retroceden de «optimista con cautela» a «incertidumbre».
En política es mejor tener suerte que ser bueno, y Obama lleva en racha un periodo inesperadamente largo. Cinco caídas consecutivas en el dato mensual del paro han elevado la confianza del consumidor y han hecho subir la bolsa.
Y aunque Obama no está haciendo más que quedarse mirando, sus rivales están animando al electorado. El bloguero conservador Erick Erickson resumía el desencanto esta semana diciendo que preferiría que le cayera «el meteorito proverbial antes que cualquiera de los candidatos que quedan en campaña». La inesperada reanimación de Santorum en las primarias del martes — un voto de castigo esencialmente — indica que hay muchos como Erickson.
Mientras Romney recibe el apoyo del multimillonario del nacimiento de Obama Donald Trump, cede el centro político a Obama. El día después de que Romney anunciara sin ninguna delicadeza que «los muy pobres» no le interesan, Obama se pronunciaba en el Desayuno Nacional de la Oración en materia de su afecto por el reverendo evangélico Billy Graham y «el llamamiento bíblico a atender a los más necesitados — los pobres; los marginados de nuestra sociedad».
La racha deja a Obama con buen ánimo, que se manifestó el martes en la Casa Blanca. Dejando aparte la crisis de Siria y el conflicto con los obispos católicos, se entretenía en la feria científica hablando con los inventores adolescentes y probando sus juguetes, incluyendo un robot fabricado a partir de un cubo de basura («Trato de imaginar cómo haces para superar los detectores de metales», comentaba Obama, y paquetes de terrones de azúcar fabricados con envases que se disuelven («Llámame cuando salgas a bolsa», decía el presidente).
Pasó a tres chicas de Texas que habían construido cohetes, y rememoró su propia experiencia de dejar caer huevos con Sasha desde el Truman Balcony de la fachada de la Casa Blanca. «Lo sé todo de lo del huevo», decía, antes de acceder a la petición de las chicas de hacerse una foto en grupo.
Viniendo de un caballero que hasta hace poco estaba obsesionado por su propia supervivencia, es un novedoso lujo pasar un buen rato con proyectiles de juguete y robots. «Tengo que decir», decía un Obama sonriente de oreja a oreja, «que esto es la monda».
Dana Milbank