martes, noviembre 26, 2024
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El latido alemán

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Decía Heine que cuando pensaba en Alemania perdía el sueño, y Günter Grass, cuando la unificación, que la quería tanto que prefería que hubiera dos. En los tiempos de Kohl, la idea de Europa trascendía, aunque tímidamente, la simplificación economicista, y en esa etapa se sentaron las bases no sólo de la reunificación nacional, que fue importante, dura y costosa, sino de la superación de las dos Europas, un concepto del que parecemos habernos olvidado pero que era una realidad con un telón de acero de por medio.

Como la memoria es frágil, olvidamos el histórico papel de Alemania con la caída del comunismo y su desgraciado comportamiento con el reconocimiento de Croacia al inicio de la guerra de los Balcanes, que fue unilateral y poco reflexivo y que dejo a los pies de una guerra terrorífica a una población civil a la que se le animó en su propósito y se la abandonó en sus consecuencias.

Esa es la verdad, que los políticos alemanes nunca han estado demasiado acertados. Y eso sin volver la vista mucho más atrás. Willy Brandt, que era un tipo fenomenal, perdió la presidencia del gobierno por un asunto de espionaje y faldas. El socialdemócrata más importante de su historia, pasó a un segundo plano superado por los acontecimientos. Y contra Helmut Schmidt, cuando ya era canciller, se pusieron en pie muchos europeos por su aceptación de la estrategia radical en la disuasión militar, aceptando la instalación de nuevos y mortíferos misiles nucleares, incluidas las juventudes de su partido, los llamados jusos.

Kolh, al otro lado de la ideología, fue amigo de González y junto a Mitterrand ambos lideraron el progreso de los cimientos que edificarían la Europa moderna que ahora se hace trizas, con indiferencia de sus ideas opuestas o sus contradicciones concretas como la ya citada producida con los reconocimientos unilaterales de Croacia y el apoyo francés al delirio serbio.

Alemania nos quita el sueño. Se convierte en el gran desacelerado de la economía continental y amenaza con su estrategia las políticas de crecimiento norteamericanas. Alemania, dirigida por un personaje de menor calado que todos los citados, pretende imponer reglas que se sustentan en la idea de asegurar sus intereses locales por encima de la visión de una respuesta integrada a la crisis. Los malos líderes suelen ser provincianos y cuando se quedan mudos por su incompetencia recurren al patriotismo de los sentimientos y a esas farfollas que tanto han desolado al viejo continente. En el lado que quedaba al Este del muro, resurgen nacionalismos y pulsiones autoritarias impresentables porque se hacen dentro del paraguas europeo, pero el caso es que Europa carece de dirección y de compromiso supranacional más allá de esas tácticas contra Grecia y esa estrategia de aseguramiento provinciano que dirigen Merkel y Sarkozy. De una crisis puede surgir hasta el totalitarismo; la ira y la decepción alimentan el nido donde se incuban virus tanto o más peligrosos que el huevo de la serpiente del que nos hablaba el cineasta Bergman.

El caso es que de Alemania debería venir algo más que un viento de inseguridad, recorte, y restricción del gasto. A nuestra economía le falta motivación y perspectiva: estamos bajo un único foco impuesto desde Berlín, y la vista se nos ciega cuando tratan de iluminarnos alternativas más eficaces a largo plazo aunque parezcan menos eficientes en el inmediato.

No se trata de perder el sueño o apostar por la partición ni de mirar hacia allá con la ira de un pasado que aún pesa con vigor sobre sus actos. Se trata de que sean los alemanes quienes empiecen a hacer las cosas de otra forma y que, como decía el dúo de hermanos Pimpinella – cita que seguro no me hará pasar a la historia- le peguen la vuelta a su gobierno. Triturado su presidente por corrupto – tres presidentes en dos años-, el camino está expedito para reconsiderar sus propias políticas animados por el quejido angustioso del resto de los europeos.

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Rafael García Rico

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