Había mucha gente de clase media, familias enteras, neófitas en las correrías reivindicativas que han saltado a la calle en tantas convocatorias recientes. Trataban de corear los estribillos ingeniosos gritados contra la reforma laboral de Mariano Rajoy, pero se notaba que no estaban familiarizados con ellos. Bastante habían hecho con salir de la madriguera, citarse en el centro de las ciudades y expresarse cívicamente en una mañana festiva que invitaba al paseo plácido seguido de un buen aperitivo dominguero. Había también mucho obreros curtidos en el combate social, con sus banderines rojos al viento y las escarapelas sindicales pegadas a la solapa. Junto a ellos, muchísimos jóvenes indignados, sin presente ni futuro, que han levantado sus verbenas asamblearias para sumarse a la movilización ciudadana.
Algunos manifestantes se saludaban fraternalmente: “hace mucho tiempo que no te venía, has adelgazado bastante”. “Más de veinte kilos” – respondía orgulloso el otro, mientras caminaba-. Efectivamente, años sin coincidir, desde aquellas concentraciones masivas que repudiaron la guerra contra Irak, en la que nos metió José María Aznar. Y esa es, para mí, la conclusión más importante de esta mañana soleada y fría de febrero: las medidas adoptadas por el sector más duro del gabinete Rajoy están acogotando a la clase media, el centro sociológico que cohesiona la sociedad española. Estallan sobre su cabeza como un obús de racimo que esparce indiscriminadamente la metralla hasta alcanzar las fibras más sensibles: la estabilidad laboral, la atención sanitaria, la educación de los más pequeños y el porvenir de los hijos mayores. Han perdido el sueño. No quieren que sus hijos se lo curren como hicieron ellos, contra viento y marea, ni quieren terminar de mayores como acabaron sus abuelos. Contemplan como se derrumba a su alrededor todo el entramado construido en los últimos treinta años y le retumba en el alma las historias tristes de carencias y penurias que les han contado sus padres.
Vuelven a recorrer las calles, taciturnos y rebeldes, para proteger lo que es suyo y defenderse de tanto liberal abanderado de la ley de la selva. Rajoy debe escuchar con atención a sus asesores más moderados y parar los pies a los “guinderos” que presumen en Europa de apadrinar políticas extremadamente agresivas que van a terminar seguramente jorobando la vida a millones de españoles. La clase media, centrista y moderada, es la que otorga el poder con sus votos o lo niega cuando se queda en casa. Acaba de sonar el primer aviso.
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Fernando González