Aquella noche, como pasaba cada cierto tiempo, ella se había ido a cenar con sus amigas y yo, como siempre que eso pasaba, me acosté y no la esperé despierto. Siempre venía tarde y yo, cuando llegaba mi hora, me acostaba sin más.
Y aquella noche, siguiendo mi ritual, me había acostado y me había dormido. Tanto que ni siquiera oí cuando ella llegó e hizo el típico ruido de abrir la puerta.
Sólo me di cuenta que estaba en la cama cuando arrimó su cuerpo a mi cuerpo por detrás y, llevando una mano a mis genitales a través de la bragueta del pijama, comenzó lentamente a culearme. Como si fuese un hombre. Primero suavemente y después con fuerza mientras masajeaba mi pene y mis testículos con una cierta ansiedad.
Lógicamente, me desperté y vi que ella había encendido la lámpara de su mesilla. Y, aunque mi primera intención fue volverme hacia ella un poco sorprendido, decidí quedarme quieto haciéndome el dormido porque mi verga ya había reaccionado ante aquellas acometidas y aquel masaje inesperado.
A continuación, y mientras mantenía la actividad, acercó su boca a mi nuca y me mordió. Primero, suavemente con los labios y, después, un poco más fuerte con los dientes, consiguiendo que un escalofrío tremendo recorriese todo mi cuerpo.
Me extrañaba aquella actitud tan activa porque ella se caracterizaba por ser, exactamente, lo contrario. Lo que le gustaba era ser pasiva. Siempre decía que ella era una reina y que yo era quien tenía que darle placer.
Pero aquella noche era todo lo contrario. Y, en un momento dado y con una cierta violencia, me puso bocarriba. Y también con cierto ímpetu desabrochó mi camisa de pijama y tiró de los pantalones hacia abajo. Yo me seguía haciendo el dormido pero, sin que lo notara, abrí ligeramente los ojos y vi como ella, con cara de fiera en celo, estaba desnuda y se colocaba a horcajadas sobre mis piernas al tiempo que me cogía la verga y se ponía a hacer los movimientos propios de una masturbación masculina. Lo hacía como si ella fuese el macho y se estuviera masturbando encima de mí. Pero sus gestos eran torpes y vehementes y, así, era imposible que yo llegase al orgasmo si eso era lo que quería. Ella se dio cuenta y se detuvo, pasando a continuación a lamerla. Pero tampoco se encontraba a gusto con ella en su boca. Tuve la sensación que no sabía qué quería hacerme. Que estaba caliente como una perra pero que no sabía qué hacer para enfriarse. Yo pensaba que se iba a introducir la verga en su tremendamente húmeda vagina pero lo que hizo fue darme la vuelta y ponerme bocabajo.
Sin duda quería buscar algún tipo de acción con la que llegar a su orgasmo pero quería hacerlo de otra manera, el problema era que no sabía cuál. Yo, a aquella altura, hay había decidido ser una especie de muñeco hinchable. Había perdido mi erección y sólo me dejaba hacer.
Ella se tumbó de nuevo encima de mí y volvió a culearme. Otra vez como si fuese un tío. Después me cogió por las caderas y me puso a perrito y me volvió a montar. Y luego me tocó el ano con sus dedos y trató de penetrarme pero, como yo hice un gesto de desaprobación, desistió. Entonces, me volvió a tumbar y empezó a frotar su vulva sobre mi trasero. Se restregaba con desasosiego. Metió sus manos bajo mi cuerpo buscando mis genitales y, cuando los encontró, aceleró su frotamiento y, un momento después, suspiró profundamente mientras apretaba su vagina contra mí. Había llegado a su ansiado orgasmo y aflojó su abrazo.
Unos segundos después me soltó, se dio la vuelta, echó la ropa de la cama sobre nuestros cuerpos y apagó la luz. Al momento, la oí respirar profundamente. Se había dormido.
Ante aquella situación, me abroché la camisa del pijama, busqué los pantalones y me los puse y, a continuación, intenté volver a dormir. Todo había sido tan extraño que no tenía ganas siquiera de ir a por mi parte placer.
Lo curiosos es que ella nunca me habló de lo que había pasado aquella noche ni por qué se había comportado de aquella manera. Pareció como si no hubiera pasado. Y a mí siempre me quedó la duda de si aquella noche se había calentado viendo a unos boys con sus amigas, si había tenido sexo con alguien y no había llegado al orgasmo o, lo que parecía más probable por su forma de comportarse tanto cuando me culeaba como cuando desechó mi penetración, aquella noche había tenido algún tipo de relación lésbica y quería terminarla conmigo.
También llegué a pensar que todo había sido un sueño erótico mío.
Estas memorias están teniendo, afortunadamente, una gran aceptación entre los lectores. Lo demuestran el gran número de visitas que tiene semana tras semana y los comentarios que recibe. Por eso, de acuerdo con la dirección de Estrella Digital, he pensado realizar, dentro de la sección, un Experimento sexual: quiero que los lectores de ‘Memorias de un Libertino’ puedan publicar también sus relatos. Sus sueños. Sus experiencias. Sus deseos ocultos.
El tema erótico será libre. Sólo pido que el texto no sea mucho más de un folio de extensión y que mantenga un mínimo de buen gusto. Se podrán firmar con seudónimo y se respetará el máximo de discreción. Tanto se respetará que los relatos NO deberán enviarse a la redacción de Estrella Digital sino a [email protected] Este es un correo creado, especialmente, para recibirlos y para que sirva también para aclarar cualquier duda o consulta.
Por supuesto, si alguien lo solicita, puedo también ayudarle literariamente a mejorar su texto.
Esperamos recibir muchos relatos.
Memorias de un libertino