domingo, noviembre 24, 2024
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Romney en la cuerda floja

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La premisa central de la competición por la candidatura Republicana es facilísima de resumir: cualquier candidato que sea percibido como principal rival de Mitt Romney empata o aventaja inmediatamente a Mitt Romney.

La racha de Rick Santorum en los sondeos sigue los pasos de un precedente reciente. Su popularidad es prácticamente la misma que la popularidad del ex candidato Rick Perry en su apogeo. Es un poco mayor que la del excandidato Herman Cain en su momento álgido. Es ligeramente inferior a la del candidato Newt Gingrich en su esplendor.

Pero Santorum no es solamente el más reciente de los rivales de Romney, es el más serio. Perry no mostró habilidades presidenciales en ningún momento. Cain carecía de cualquier rasgo evidente para ocupar un cargo en la administración. Gingrich logró confirmar de forma sistemática cada una de las dudas que surgieron a tenor de su estabilidad y su estilo.

Santorum, en contraste, ha demostrado tener capacidad de aprendizaje. Si bien sus actuaciones iniciales en los debates fueron anodinas y fluctuantes, se muestra más atractivo y más confiado a medida que pasa el tiempo. Ha abierto expediente en la práctica a la trayectoria de Romney en la administración al tiempo que ha evitado la indignación y las exageraciones. (Se negaba religiosamente, por ejemplo, a atacar el patrimonio y los logros de Romney en el sector privado).

El antiguo senador de Pennsylvania posee puntos fuertes que se engranan de forma idónea con las debilidades de Romney. Santorum combina un conservadurismo social fuertemente arraigado con el atractivo auténtico del obrero. Romney tiene problemas para competir en ambas categorías. Si bien Santorum es muy conservador, evita resultar ser una caricatura conservadora. Fue uno de los principales defensores en el Senado de los programas globales de salud pública y defensor de las iniciativas contra la pobreza de tintes religiosos.

Y Santorum cuenta con una ventaja adicional sobre Gingrich en la categoría de ser el anti-Romney. La institución Republicana — funcionarios Republicanos electos y miembros de la formación — contemplaban con horror tácito la elección de Gingrich como candidato. Habiendo trabajado junto a él, hicieron todo lo posible para que fuera derrotado — una anotación reveladora. Santorum dista mucho de ser el favorito del partido, pero los reparos que pone la institución son mucho menos acalorados.

Santorum, como cualquier aspirante que surge de pronto, es un folio en blanco sobre el que va a escribir la campaña Romney. Ya ha contratado importantes espacios publicitarios, que probablemente no vayan a mostrar rasgos positivos de la vida de Romney. Pero cuando hablamos de ataques a la imagen, la campaña Romney no tiene todavía el nivel de la de Santorum. Santorum votó a favor de las partidas presupuestarias extraordinarias y de la subida salarial de los congresistas. Pero estos delitos contra el conservadurismo palidecen en comparación con los delitos cometidos por Romney. Santorum era partidario de las subidas del techo de la deuda. Pero esta desagradable responsabilidad legislativa también ha sido perpetrada por la mayoría de los aliados de Romney en el Congreso. Santorum no es ningún libertario, pero tampoco lo es Romney. A tenor del tamaño y de las competencias del Estado, Romney sufre un grave problema de vigas en el ojo.

Y Romney va a ser incapaz de sacar tajada de la principal debilidad electoral de Santorum — sus incursiones puntuales e intermitentes en los conflictos ideológicos. Santorum se ha esforzado a la hora de cuestionar el papel de la mujer en el mercado laboral y cuestionar al ejército, y pone el acento en su oposición a los anticonceptivos. «Una de las cosas de las que voy a hablar», decía en octubre, «que ningún presidente ha mencionado antes, es de los peligros de los anticonceptivos en este país». Hay una razón para que ningún presidente haya hecho esto nunca: que algunos de los conservadores morales más implacables de América — la gente firmemente antiabortista y comprometida con la protección de la libertad religiosa — considera que la medicina reproductiva es moralmente admisible. El candidato presidencial debe aspirar a liderar al país, no a ser el heraldo de un movimiento.

El conservadurismo de Santorum tiene algunos defectos sin pulir, cosa que ha disparado la popularidad de Romney entre las mujeres. Pero es difícil para el propio Romney presentar su versión sin sonar a progre de Massachusetts. Sólo puede valerse de conocidos y plantear la polémica general en torno a la presidenciabilidad. Barack Obama no va a tener problemas con ninguno de esos límites.

Romney ha entrado en una partida de alto riesgo con expectativas. Una derrota por la mínima en Michigan, unida a una victoria convincente en Arizona, sería probablemente algo restañable. Un buen número de actuaciones aceptables en el Supermartes, junto a victorias claras en las primarias ricas en apoyos de compromisarios que se celebran ahora, como Nueva York o California, bastarían probablemente para convertirle en el candidato. Pero una derrota humillante en Michigan haría pedazos la posición de favorito de Romney. En ese extremo, una ventaja monetaria no significaría gran cosa. El argumento puramente económico a favor de la inevitabilidad se traduce en que ningún candidato es inevitable.

Cosa que subraya los problemas más profundos que reviste Romney. A su campaña se le da muy bien la táctica. Se ha ocupado de cada rival, ha encontrado sus puntos débiles y los ha bombardeado con saña. Pero la candidatura de Romney sigue siendo escasa en cuanto a aspiraciones. Su atractivo entre la opinión pública, en este extremo, consiste en una combinación entre poner el acento en su experiencia del sector privado, criticar la trayectoria de Obama y tranquilizar a los conservadores. Es una campaña — pero no una causa.

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Michael Gerson

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