sábado, noviembre 23, 2024
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El problema patrimonial de Romney

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Los dos principales candidatos Republicanos sufren un problema de autenticidad — manifiestan un exceso de ella.

Rick Santorum es un verdadero social conservador que parece convencido de que el país puede ser inducido a la mejora moral. Es la vocación del profesor jesuita de instituto, pero viniendo de un rival presidencial no resulta tan atractivo.

Mitt Romney es un particular genuinamente rico. No es que esto tenga algo de malo. La generosa tolerancia de América debería de ampliarse incluso a las rentas altas, que han sumado el reto de tratar de pasar por la cabeza del alfiler.

El patrimonio de Romney no tiene un origen ilegítimo. Su problema es político. Habla de dinero igual que si estuviera discutiendo con su corredor de inversiones. De manera que 374.000 dólares en minuta de discursos «no es mucho». No está «particularmente interesado en los muy pobres», bajo la premisa de que la red de protección social basta para ellos. Su mujer «tiene un par de Cadillacs». Aunque no es un entusiasta de las carreras, Romney tiene «unos amigos estupendos que son propietarios de escuderías de la NASCAR».

Un único patinazo es una herida sangrante política. Una cadena de patinazos que confirman un estereotipo nocivo es algo potencialmente fatal.

Estos tropezones no sólo refuerzan una debilidad Republicana tradicional, amenazan con pasar factura a una importante ventaja Republicana — la dramática desconexión de Barack Obama del electorado blanco de clase obrera. El candidato que dijo que los estadounidenses de pueblo se aferran «a las armas de fuego y la religión» salió derrotado entre los votantes blancos de clase trabajadora por 18 enteros en el año 2008. En el año 2010, los congresistas Demócratas salieron perdiendo en el mismo grupo por 30. Una actuación comparablemente decepcionante por parte de Obama en 2012 expondría partes sustanciales del mapa electoral Demócrata a las incursiones Republicanas.

Romney podría ser el único candidato capaz de conducir al votante de clase obrera al presidente. A lo largo de las primarias, Romney ha llevado ventaja entre los blancos con formación universitaria e intermedia sin título universitario. La popularidad de Obama entre los votantes de clase obrera, aunque sigue siendo desastrosa, viene mostrando síntomas de mejora.

El problema patrimonial de Romney, aunque grave, no es imposible de resolver. Pero la alternativa a su aplastante autenticidad no es la artificialidad populista. Cuando bromea con los votantes diciendo que en la actualidad «está en el paro», o cuando se acuerda de «un par de veces que me pregunté si me iban a despedir», está agravando su error. Para muchos estadounidenses, una carta de despido se traduce en visitas al banco de alimentos. Romney, supuestamente, tendría otras opciones. Pocas cosas hay más ofensivas que la empatía paternalista.

Incapaz de alterar su pedigrí económico, Romney tendrá que sacar lo mejor de su trayectoria. Si los estadounidenses no quieren de presidente a un gestor de fondos de éxito, no va a tener muchas posibilidades. Pero se puede hacer un buen argumento en favor de un gestor económico tras un período de decepcionantes datos económicos e irresponsabilidades fiscales espectaculares. En una economía estancada, la promoción del crecimiento económico y de las oportunidades no es el objetivo de un tecnócrata; es una causa moral.

Durante la campaña de las generales, Romney también va a tener que dirigir parte de su atención económica a las necesidades concretas de los estadounidenses con problemas para llegar a fin de mes, no sólo al estado de salud de la economía. Sus asesores más conservadores pueden restar importancia a esto como cortejo electoral — demostrando que no tienen idea de política presidencial. Las propuestas legislativas son símbolos de las prioridades y los valores de un candidato. Romney va a tener que hablar un poco de mejorar los centros escolares, alentar la asistencia universitaria o actualizar la formación profesional — cualquier cosa en realidad que demuestre una inquietud práctica por el progreso económico.

Pero hasta las buenas legislaciones tienen límites. Los votantes tienen que saber que Romney ha sido testigo al menos de las luchas que no ha compartido. Cuando otro político rico, Robert F. Kennedy, recorría los Apalaches haciendo campaña una semana antes del anuncio de su candidatura presidencial, los estadounidenses entendieron que se había reunido con la gente que había visto cosas que no dejan indiferente a un hombre. Romney tiene que dar alguna prueba — visitar, pongamos, un ambulatorio para gente sin recursos o una escuela tomada por las bandas — de que le han tocado su fibra sensible, de que su retina ha registrado la realidad, la dureza y la crudeza de la otra América.

«Para los más afortunados de entre nosotros», decía Kennedy, «existe la tentación de seguir el camino fácil y familiar de la ambición personal y el triunfo económico tan extendido entre los que disfrutan del privilegio de la educación. Pero no es ése el camino que nos ha puesto la historia… El futuro no pertenece a los satisfechos con el hoy, a los apáticos hacia los problemas comunes y sus conciudadanos por igual… Más bien pertenece a los que saben mezclar visión, razón y valor en un compromiso personal para con los ideales y la gran empresa de la sociedad norteamericana».

Si Romney puede manifestar este compromiso — a nivel personal y auténtico — todavía está a tiempo de ser presidente de los Estados Unidos.

Michael Gerson

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