Se me ocurre una idea: dejemos de respirar. Puede ser una buena demostración de nuestro compromiso con el ahorro. Ya que hemos cambiado la Constitución y las leyes al dictado, podemos intentar aportar nuestra biología, la bioquímica de nuestros organismos. Propongo, además, cortarnos una mano, o un brazo. Se podrán elaborar nuevas prendas con menor gasto de tejido. Podemos aplicar una eutanasia colectiva: mayores de ochenta con EPOC o menores de cinco con problemas asmáticos. Podemos vivir a oscuras: apagando a las diez las luces de las ciudades, o mejor aún, poniendo fin al alumbrado público. Y comprobada la absoluta ineficacia de la restricción del uso de bolsas de plástico en los supermercados, que se supriman los horarios de venta al público y que nos gestionemos el avituallamiento con vales programados por nuestros responsables municipales.
Podemos incentivar los fallecimientos prematuros con los costes que ello ahorraría en la prolongación innecesaria de algo tan intangible, volátil y complejo de interpretar como es la vida. Y dotar a la incineradora de Valdemingómez con un uso paralelo: la extinción programada de residentes costosos. Podemos ampliar el uso y disfrute de los animales domésticos y convertirlos en pollo al ajillo para ahorrar costes suntuarios en alimentos de gustos imprecisos y precios altos que si usted puede pagarlos, España no, señora.
Podemos rescatar los seiscientos que contaminaban menos, el vespino para uso de dos y reducir así los gastos en combustibles fósiles que tanto degradan nuestra economía como empobrecen el medio ambiente. Hay que recortar, poner fin a todo esto. Cerremos el Congreso en vez de ampliar sus horarios: la democracia se verá fortalecida, no teman. Basta ya de editar libros y producir utensilios informáticos: nuestro país no puede pagar nuestros gastos de bolsillo. Que cierren los bares y que se hagan despachos de bebida para los que no podamos soportar la sequía.
Si nadie ha pensado en ello, propongo limitar el alcance de la palabra bienestar. Empecemos por quitarle una letra como recorte inicial: bienestá, que es más castizo, más económico y más sincero, dicho sea de paso. Porque bienestá va más con nuestro tradicional gracejo ante la adversidad y es consustancial al optimismo que nutre nuestra especie mediterránea. Si lo dejamos en bienestá pongamos fin a otra palabra larga: hospital, y quedémonos en hospi, que podrá servir de hospital u hospicio, en los que atrincherar a los deudos de aquellos que excedan el cupo anual de supervivientes que el Congreso declare viable para cada ejercicio presupuestario. Y, al fin y al cabo, “tal”, la parte suprimida, sabemos de sobra desde Gil y Gil, tal y tal, que es una muletilla fácilmente prescindible.
El caso es que algo hay que hacer. Por ejemplo lo que la ciencia aún no ha conseguido, descubrir el elixir milagroso que usa Jordi Hurtado para presentar inalterable ‘Saber y Ganar‘cada tarde por la dos, lo va a resolver el Consejo de RTVE suprimiendo el programa, supongo que por sus costes insoportables para las arcas. España lo requiere. Requiere también nuestro país menos gastos imprecisos desde la administración: agua, recogida de basuras, becas de comedor escolares, y un largo etc. de inútiles abusos sobre las finanzas públicas que podrían llegar a impedir que los concejales cobren sus salarios.
Me pregunto si la flexibilidad de la que hace gala nuestra especie, con inteligencia, para sobrevivir ante condiciones adversas no podría aplicarse también, para adaptarnos a condiciones económicas adversas con algo más de la misma inteligencia. Porque, con perdón, uno se pregunta: si hay que recortar tanto, porque no empezamos por la administración y el espectacular despliegue de medios que usa para mantener su propio funcionamiento, claramente improductivo. Me pregunto: ¿serán precisos, urgentes y necesarios, ciento treinta diputados para representar a los madrileños en la Asamblea, otros treinta y cinco en el Congreso, más de cincuenta concejales en el Ayuntamiento… y todo lo que ello conlleva? Y lo mismo para Autonomías a las que se añaden mancomunidades, diputaciones y toda suerte de complejos engranajes que hacen de nuestra democracia ese bien por el que suspiramos cada día, conteniendo la emoción y dejando caer una furtiva lágrima que refleja la pasión que nos distingue, a los españoles, por nuestro preciado sistema de valores constitucionales.
Puestos a recortar, podrían recortarme la representación, al menos una poquita, porque me temo que si no, me recortarán el aire y tendremos que cantar, como Maná, “como quisiera poder vivir sin aire…” Pero ese ya es otro cantar.
Estrella Digital respeta y promueve la libertad de prensa y de expresión. Las opiniones de la sección de Cartas al Director son libres y propias y no tienen que ser necesariamente compartidas por la línea editorial del periódico.
Rafael García Rico