Vivimos tiempos en los que la imagen, la apariencia de las cosas, reemplaza con ventaja a la realidad de los hechos. Sobre todo en el mundo de la política. Por eso, de las imágenes de las manifestaciones (trufadas de actos de vandalismo) que han emitido las cadenas de televisión, el grueso del personal se ha quedado con la copla de los encapuchados quemando contenedores y coches y rompiendo las lunas de algunos bancos. En dos días, así que solo sean los periódicos quienes se ocupen de glosar los incidentes acaecidos en Barcelona y en Valencia, el personal se quedará con la imagen (mala) de unas movilizaciones impulsadas por las fuerzas políticas de la izquierda. Manifestaciones que en origen tenían que ver con los recortes en educación -las comunidades autonómicas gobernadas por el PP no renovaron a los profesores interinos, lo cual se traduce en más horas para los maestros titulares-, pero que, tras los incidentes, pasan, como digo, la memoria colectiva como actos nicóticos. Sobre todo en Barcelona, pero también en Madrid y, desde luego, en Valencia, periódicamente se producen actos de vandalismo callejero que las reseñas periodísticas al uso despachan como violencia propia de «grupos antisistema», «okupas» y demás tribus urbanas animadas por una ideología confusa etiquetada e extrema izquierda. Solo se representan a ellos mismos, son grupúsculos minoritarios que solo se representan a ellos mismo pero la violencia con la que acompañan sus acciones traslada al imaginario colectivo una idea inquietante: la izquierda (toda la izquierda, así sin matices), no acepta el resultado democrático del 20-N y pretende recuperar en la calle lo que los ciudadanos no le dieron en las urnas.
Es una idea peligrosa que desde el PSOE Alfredo Pérez Rubalcaba haría bien en refutar. No solo con palabras; también con hechos: no dejando que su partido sea reclutado para participar en todas las protestas en agenda, sea cual fuere su naturaleza. Tengo para mí que un partido que durante los últimos treinta años ha gobernado veinte y que tiene más de cien diputados en el Congreso, no debería estar todo el día en la calle caminando tras una pancarta. Desde luego, no es la senda para recuperar los cuatro millones de votos que perdieron por el centro.
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Fermín Bocos