García Margallo, el ministro de Exteriores, es también un verso libre del Gobierno, un viejo rockero de la política que ha pisado Europa y se la conoce y, por ello, cuenta con alguna ventaja sobre muchos de sus compañeros que sólo conocen los aparatos de los partidos. Cuenta con la plena confianza de Rajoy, habla sin leer -lo que hoy por hoy es casi un insulto-, es concreto y rápido y, por si fuera poco, tiene sentido del humor. Una joya para los tiempos que corren.
En los Desayunos de Europa Press, con más diplomáticos por metro cuadrado que en los pasillos de la ONU, Margallo ha desgranado los ejes de la política exterior española, basada en unidad europea, en pactos, en criterios ideológicos, pero también en la economía y en la cultura. O salimos de la crisis fortalecidos o pasamos a la tercera división directamente. Hace muchos años le pregunté a un ministro de Educación si hablaba con su colega de Trabajo sobre el mundo laboral, para tratar de hacer confluir las políticas de los dos departamentos y me respondió que «el ministro de Educación no tiene que hablar de nada con el de Trabajo». Eso no le va a pasar nunca a García Margallo.
La política exterior tiene sobre todo un objetivo: poner en valor la marca «España». El ministro lo sabe y anunció el nombramiento de un comisionado responsable de que esa marca suene en el concierto internacional con la música adecuada y con un panel de indicadores para controlar lo que hacemos bien y mal. Del «España es diferente» de Fraga pasamos a una España europea que en los últimos años ha perdido crédito por la desconfianza en el Gobierno, la crisis económica y financiera, la burbuja inmobiliaria, el paro desatado y la imposibilidad de cumplir nuestros compromisos. El cambio significa la credibilidad en un proyecto, crédito para nuestro futuro, confianza de los inversores, seguridad jurídica, una oferta de calidad y de modernidad, una cultura con raíces y con proyección, un deporte en vanguardia. Poner en valor la marca España, sin embargo, exige unir a todos los Ministerios implicados -Economía, Industria y Turismo, Educación, Cultura- a las autonomías, a las empresas multinacionales, a los grandes artistas, científicos o deportistas y renunciar a los pequeños localismos de las embajadas o las oficinas comerciales autonómicas. Eso lo hacen fantásticamente bien los franceses o los americanos y así les va.
Pero como decía un antecesor de García Margallo, «hemos sido capaces de pasar de la dictadura a la democracia, pero no de integrar a diplomáticos y técnicos comerciales». Imagínense lo demás. Pero aquí seguimos hablando de independencia o de afrentas en lugar de remar juntos para ser más competitivos y vivir mejor. Trabajar más y hablar menos. Creo que era de Azaña otra frase que citó el ministro: «Si cada español hablara solo de lo que sabe se haría un gran silencio nacional que podríamos aprovechar para estudiar». Ese es otro reto.
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Francisco Muro de Iscar