Una semana después y con los nubarrones de la tensión ya despejados y el rio democrático devuelto a su caudal, el socialismo madrileño se relanza en su trabajo cotidiano. Plantar cara al gobierno regional de Aguirre y construir una apuesta política capaz de devolver el optimismo a la izquierda o lo que Tomás Gómez expresa como la necesidad de fabricar una alternativa a la derecha frente a la inercia resignada de apostar por la alternancia sin más. Dura tarea y noble empeño.
Pero a mí lo que me llama la atención del congreso socialista no es la elección de Gómez –al parecer, ya estaba descontada – sino la elección de Juan Barranco como presidente del partido. Barranco fue el último alcalde socialista de Madrid, y es un veterano líder social que fue en tiempos – otros tiempos – sindicalista y militante en la dureza de la clandestinidad.
No descubrió Dylan la pólvora al cantar que los tiempos estaban cambiando. Creo que no paran de cambiar, que la historia es un devenir inconcluso y que antes o después las cosas se hacen diferentes. Durante años, los socialistas madrileños se han barnizado con la pátina del reformismo generacional, o lo que es lo mismo, la idolatría de lo juvenil. Mala suerte para los que no hayan coincidido temporalmente en este ciclo con veinte años.
No es un asunto local, también se prodiga en otras provincias del reino y así no es sorprendente encontrar por éstas la rivalidad entre quienes se ofrecen como temerarios cargos públicos capaces de poder con el poder de los poderes sin más fuerza que su honor, por recordar una cita que ya no sé si es cinematográfica o le corresponde al ex presidente Zapatero. No es malo eso en sí mismo, faltaría más, pero es obvio que el servicio público ni es una salida profesional si se hace desde el cargo político, ni deben aspirar quienes son propietarios de brillantes ideas a convertirse en tenaces conspiradores por la supervivencia sin adquirir por el camino alguna otra experiencia enriquecedora. Hay vida más allá de la política, de verdad.
Yo también fui joven, como usted y tantos otros. Y el ardor guerrero me podía. Pero el tiempo lo cura todo, pone en su sitio la ambigüedad que se oculta tras la ambición y nos condena con la carga mítica de la duda, la contradicción y el inconformismo científico, valores que si bien parecen pertenecer a los recién llegados, son atributos que la experiencia aporta demostrándonos su eficacia intelectual.
Así que el hecho de que el PSM por fin se haya apoyado en Barranco me devuelve la fe en la inteligencia humana, pues tras semejante nombramiento apuntan nuevas y prolijas oportunidades que provienen del conocimiento real, la sinceridad ideológica y el compromiso y la entrega con las causas justas y nobles, pues esa es la naturaleza de la política de Barranco y así se perfila su identidad ética: aporta verdad, valor y voluntad, tres uves imprescindibles que tanto faltan. Y además aporta convencimiento y entrega. No es Barranco un ex sindicalista de salón, de esos que pintan desde los despachos del gobierno. Era sindicalista sin subvención y con amenaza de despido, los que se fajaban cara a cara en la adversidad y a quienes se seguía por la fuerza imbatible de su ejemplo. La vieja guardia, dice un amigo periodista. Será, por qué no. Una vieja guardia forjada en luchas de verdad y en la construcción democrática comprometida de verdad, la que se hizo fuerte con la transición y con las personas que la dirigieron.
No me meto en los asuntos internos, quede claro, pues cosa suya es. Es que me cae bien Barranco, es obvio. Y presumo de conocerlo. Me faltan detalles que no me da tiempo a contar, pero su envergadura política ensombrece cualquier dislate que puedan cometer algunos otros. El militante Barranco se sumerge en el ciudadano Barranco y la persona se asoma sobre todas las demás intenciones. Eso es lo que les falta a tantos políticos de postín. A ver si mirando hacia él, algunos de esos políticos del ruedo ibérico, tan pagados de sí mismos, aprenden algo. Sería bueno para todos.
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Rafael García Rico