Ayer, se cumplieron doscientos años de la promulgación de la Constitución de 1812. Y, en el Oratorio de San Felipe Neri de Cádiz, se celebró un acto solemne conmemorativo de la efeméride. Y habló el Rey. Y habló de la Nación. Y dijo que, entonces, ‘La Nación estuvo por encima de sus autoridades’. Y habló de patriotismo. Y dijo que ‘Aquellos diputados, como representantes de la soberanía nacional, se guiaron por el más alto grado de patriotismo y compromiso cívico”.
No podía ser de otra forma. Porque aquella Constitución definió, por primera vez, el concepto Nación, reflejando el patriotismo reinante, en aquel instante de crisis en España, como responsabilidad política.
Y yo me alegro que así haya sido porque la Nación y el Patriotismo en España, desde hace mucho tiempo, son palabras tabú. No pasa en ninguna parte del mundo. Sólo en España. Pero aquí el que las pronuncia y reivindica es, rápidamente, tachado de antiguo y de facha. Confundiendo, interesadamente, el culo con las témporas.
En España, paradójicamente, la Nación y el Patriotismo sólo son válidos para los nacionalistas. Algunos catalanes, algunos vascos, algunos gallegos e, incluso, algunos andaluces (válgame la Macarena) definen sus territorios regionales como su Nación y las actitudes de algunos de sus políticos como actos de patriotismo. Para echarse a llorar. El mundo al revés.
¿Qué ha pasado en España para que sea el único país del mundo en el que no esté bien visto reivindicar el concepto nación o el concepto patriotismo salvo para dividir, para disgregar o para separar?
Particularmente, creo que se ha debido a una izquierda internacionalista (de hecho, en sus actos aún siguen cantando La Internacional) y absurda que, primero, quiso imponernos su utopía comunista planetaria y después, en una irracional deriva, los llevó a considerar la Nación como un concepto ‘discutido y discutible’ y a la Patria como un concepto fascista. Así nos va en este momento.
Ahora el Rey ha reivindicado estos conceptos. Ya era hora. El problema es que los ha reivindicado en voz baja. Casi pidiendo perdón. Y mañana ya nos habremos olvidado otra vez de ellos. En cualquier caso, algo es algo.
Lo que lamento de verdad es que España haya perdido, con esta conmemoración, una oportunidad histórica para gritar a los cuatro vientos que somos algo más que ese Estado Asimétrico que se inventaron algunos. Y, sobre todo, para que dejar las cosas claras en esas autonomías periféricas en las que el Estado empieza a ser residual y, muy especialmente, para dejar constancia en Europa y en el Mundo que España es una Nación. Y que la formamos un pueblo de patriotas porque, como diría Andrés Torrejón, aquel alcalde de Móstoles, la Patria (hoy como entonces), está en peligro y hay que acudir a salvarla.
Posiblemente, serviría para que, como poco, se nos tuviera en cuenta.
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