El primer factor de sabiduría que ha habido en estas elecciones se manifestó en Asturias. Nadie en el Principado encargó encuestas a pie de urna, israelitas, a ninguna empresa de demoscopia.
El segundo es que a los votantes no les cala la lluvia fina de un discurso ensordecedor, que agrieta la tranquilidad y que pretende convertir al humilde y sencillo elector en un cruzado que actúe en defensa de una fe impuesta por los medios. Y menos aún diciéndole lo que piensa a base de enchufarle encuestas, una detrás de otra, que descuentan la función que le corresponde a cada votante ante la urna, dejando su voto secreto el día de las elecciones.
El tercero es que conviene ser prudente ante cualquier circunstancia en una sociedad libre porque la democracia tiene la virtud de no seguir un guion predeterminado, sino que se fundamenta, precisamente, en la que ni hay guion ni hay obligación de que lo haya, y que, más bien, la democracia consiste en la incertidumbre, porque su vitalidad reside en la imprevisibilidad de las decisiones de cada elector y en que el comportamiento individual se superpone a cualquier directorio o consigna que reduzca su libertad de elección.
Esas son las lecciones que hoy destaco. Y todas son coincidentes en un sentido. Nada está escrito, y nada es como se quiere que sea si no se cuenta y se tiene en consideración la opinión de los demás, e incluso si no se valora que la opinión de los demás es un bien propio de cada uno que no es necesario compartir con escrutadores intencionados, comentaristas habituales o tertulianos de cámara. Y sobre todas las cosas, que estas elecciones ponen en evidencia el escaso valor de los floreros y florituras, discursos, pegatinas y todas esas banalidades electorales que se pasean durante la quincena de la moda política. La sabiduría popular se encuadra más en la maduración inteligente del voto, en el escrutionio de los candidatos, el análisis de la gestión y la voluntad de querer ir en una u otra dirección, sin ruido o estruendo.
Nada de lo que ha pasado en Andalucía estaba previsto. No lo estaba, es cierto, en la visión interesada que se tiene desde Madrid o desde la ambición personal de algunos. Pero si lo estaba en la conciencia individual de cada votante. Ahí está la cosa. Creo que tendremos que ir acostumbrándonos a empezar a considerar a cada votante un sujeto que a demás de poseer el derecho al voto, también dispone de criterio para pensar y decidir sin caer en las trampas de los discursos de cartulina y el espumillón de los titulares agudos.
Y lo que es obvio es que tampoco se puede jugar con los votantes – en este caso con los votantes asturianos- mareándolos con idas y venidas a las urnas para satisfacer los asuntos propios y los enfados personales de las castas políticas que se asientan para su interés propio, pero pidiéndoles, encima, a los ciudadanos que legitimen sus estupideces en las urnas.
Es posible que el candidato Arenas, sumido en la confusión y la niebla, perciba ahora esa fatalidad que Macbeth sentía en la vorágine de su tormento, cuando afirmaba gracias a la pluma de Shakespeare, que “La vida no es más que una sombra en marcha; un mal actor que se pavonea y se agita una hora en el escenario y después no vuelve a saberse de él: es un cuento contado por un idiota, lleno de ruido y de furia, que no significa nada”.
Por lo demás, habrá que ver qué pasa.
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Rafael García Rico