miércoles, noviembre 27, 2024
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Las pymes españolas y el fuego amigo

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Es un hecho incontrovertible que las pequeñas y medianas empresas son, después de o junto con los parados, las víctimas más evidentes y numerosas de la crisis financiera y económica que nos visitó para quedarse hacia finales de 2007. Hay incontables estadísticas sobre la cifra de pequeñas empresas y autónomos que han tenido que cesar en su actividad en este casi lustro de penuria empresarial y es más que probable que todas ellas se queden cortas, puesto que en numerosas ocasiones el cierre se enmascara en otros pretextos, ya que en nuestro entorno cultural y social el fracaso empresarial se sigue asociando al oprobio y la vergüenza. Los daños han sido devastadores y, como en las peores guerras, la lista definitiva de bajas está todavía por concluir.

A lo largo de los últimos años se han identificado con certeza y con severidad algunos de los agentes de esta destrucción masiva del tejido empresarial. Se ha señalado en primer término y con toda razón a los entes públicos que han sometido a las empresas a períodos absolutamente inasumibles de aplazamiento en los pagos. También se ha acusado, con total pertinencia, a los bancos, que súbitamente han cerrado el grifo del crédito empresarial, no renovando o exigiendo la devolución de los préstamos con igual o mayor entusiasmo que el que en su día pusieron en perseguir a las empresas para concederlos, que no fue poco. Esto es absolutamente cierto y ha sido suficientemente comentado.

Pero en esta contienda, como en todas, hay un número relevante de víctimas que son causadas por lo que se conoce como “fuego amigo”, es decir, por acciones llevadas a cabo por “los nuestros”. Y a estas víctimas se les ha dedicado poca atención y menos estadísticas, pero no son por ello menos significativas. Para entender el problema y su alcance debemos definir primero el perfil de su causante, es decir, el tipo de empresa que mata a otra empresa. Básicamente se trata de una compañía que venía utilizando el crédito a corto plazo en los tiempos de abundancia, no para financiar en lo necesario su circulante y garantizar la continuidad del ciclo, sino para recrear la existencia de una actividad económica rentable financiando facturación ficticia o de dudosa calidad. La continuidad del ciclo no era realmente operativa, sino financiera, pero quedaba enmascarada por el hecho de considerar ese endeudamiento como financiación comercial o de circulante. La realidad es que esas pólizas de préstamo o incluso de descuento que los bancos se peleaban por conceder no eran sino financiación estructural de negocios poco eficientes o directamente ruinosos. Eso lo sabían las empresas y las entidades financieras que participaban en el juego pero siguieron adelante ocultando el agujero. La única precaución que tomaron los bancos fue tratar de atomizar el riesgo animando a estos clientes a replicar la operación con otras entidades (mal de muchos… epidemia).

Pues bien, cuando la crisis financiera comenzó a producir su efecto desecador en los pozos del crédito, los bancos comenzaron también a recortar drásticamente la financiación operativa. Esto afectó por igual a las empresas que lo utilizaban bien y a las que lo hacían mal. Pero mientras las primeras hicieron los esfuerzos necesarios para ajustar su ciclo de actividad a las nuevas circunstancias, con enormes sacrificios, incluyendo las aportaciones y garantías adicionales de los empresarios, las empresas gamberras, que vivían de una actividad ineficiente indebidamente subsidiada, continuaron con su modelo y, donde ya no tenían financiación bancaria, buscaron una alternativa que encontraron en la solvencia de las empresas serias, imitando así el indecente comportamiento de las administraciones públicas. Al final las empresas irresponsables comenzaron a retrasar hasta límites inaguantables los pagos a sus proveedores, con argumentos del tipo “esto es una rueda”, “si yo no cobro no te puedo pagar” y de este modo han venido acabando con algunas de las empresas de calidad que habían hecho el esfuerzo de adaptarse a las circunstancias de la crisis. Y paradójicamente la razón de que estas empresas hayan acabado cerrando es que su modelo de negocio, su valor empresarial, incluye la confianza de sus proveedores, la seriedad en el cumplimiento de sus obligaciones y la imposibilidad de continuar con una actividad cuyo ciclo operativo no está financiado y por lo tanto, antes de trasladar el problema a los demás, prefieren cerrar.

Se está produciendo por tanto en este ámbito una preocupante selección natural inversa que lleva a la supervivencia de los ineficientes e incumplidores a cuenta de las empresas que confían en los fundamentos básicos de la actividad económica y en la validez de las reglas de juego y que buscarán acomodo en otros entornos donde tales principios esenciales sean observados y valorados. Como en otros tantos aspectos, éste demuestra que la crisis no solo es económica sino también social y de valores. Por esa razón, los medios para poner solución a esta sangría del fuego amigo no están en legislaciones sobre morosidad que son papel mojado, sino en introducir, desde la universidad y las escuelas de negocios hasta los centros de evaluación del personal y los entes de definición estratégica empresarial fundamentos básicos de la ética y la eficiencia empresarial como:

a)     Que la mejor gestión financiera del circulante no es simplemente alargar el pago a proveedores

b)     Que el valor de una empresa no es solo su cartera de clientes sino también su cartera de proveedores, cuya recurrencia no es ineficiencia sino confianza y garantía de calidad

c)      Que no todos los aprovisionamientos son reemplazables sin otro criterio que el económico

d)     Que el deterioro en el pago a proveedores produce un deterioro en la calidad de los servicios y aprovisionamiento

En síntesis, que no se debe valorar positivamente a la empresa que hace como cliente lo que no le gustaría que le hiciesen como proveedor.

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Juan Carlos Olarra

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