Poco o nada van a cambiar las cosas después del 29-M. El Gobierno ya ha dicho que va a mantener la parte troncal del texto, en tanto que los sindicatos amenazan con recrudecer el conflicto si no hay un gesto antes del 1 de mayo. O mucho cambian las cosas o el Ejecutivo de Mariano Rajoy ya ha hecho todos los gestos que tenía en catálogo. De hecho, la ministra de Empleo ha dicho que “están abiertos al diálogo”, pero en cuanto a la posibilidad de hacer cambios estructurales ha sido tajante: “El texto principal no se va a cambiar”. Es decir, vamos a ser testigos de un diálogo de sordos. Habrá que ver también en qué se sustancia el aviso de los sindicatos de aumentar la tensión.
Lo que resulta poco edificante es que ambas partes sigan cayendo voluntariamente en la trampa de los números del seguimiento, cuando administración y centrales saben perfectamente los trabajadores que han secundado la huelga y los que no. Ni unos pueden decir que ha sido un fracaso, ni los otros un éxito.
Aquí se evidencia que hay una necesidad urgente de poner remedio al desempleo, que el Gobierno lo está intentando, pero al tiempo se constata que hay una parte importante de la sociedad que ve peligrar unos derechos adquiridos después de muchos años de lucha. La reforma laboral es necesaria, pero ¿es esta la reforma que necesitamos? Es evidente que el Gobierno opina que sí y los sindicatos lo contrario. Por eso, quizás habría sido más oportuno y recomendable intentar una negociación que hubiera podido evitar esta huelga a las primeras de cambio. Ahora, ni unos ni otros tienen capacidad de dar un paso atrás, sino que están condenados a huir hacia adelante.
Con todo, es de agradecer que, descontando los incidentes de Barcelona que responden a otras circunstancias ajenas a los sindicatos, la jornada haya transcurrido con normalidad generalizada lo que no hace, sino demostrar, la madurez de la sociedad española. Pero claro, en episodios como este siempre aparecen los que se pasan de la raya. Sin entrar en más profundidades, sobraban las declaraciones de Esperanza Aguirre incitando a colgar en las redes fotos y vídeos de actos violentos como si eso fuera a ser la norma de la huelga. El odio visceral que tiene a los sindicatos no le da justificación para tratar de criminalizarlos cada vez que se le ocurra. Otro personaje, profesional en meterse donde no le llaman es el autodeclarado actor “Willy Toledo” que, al igual que Aguirre, busca protagonismo a toda costa. Como bien dijo Bono, “se puede tener fama por hacer teatro, no gamberradas.” Toledo hace de los escándalos su único sistema de acaparar portadas, ya que su capacidad interpretativa está agotada desde hace tiempo.
Descontados estos dos seres egocéntricos y volviendo al principio, las dos partes deberían buscar puntos en común, a sabiendas, eso sí, de que la reforma laboral es imprescindible. Los sindicatos han cumplido hoy con su papel y no podría decirse que hayan fracasado, pero tampoco han podido doblegar al Gobierno y, por lo tanto, quedan algo lejos de sus pretensiones. De modo que después de las arengas y cuando mañana vuelva la normalidad, ¿cómo van a estar las cosas?
Editorial Estrella