No salgo de mi asombro. Todo el mundo sabe que la huelga de ayer, convocada por el sindicato unitario CCOO-UGT, fue un fracaso y, sin embargo, este caduco sindicato anda proclamando en sus terminales mediáticas que fue un gran éxito.
Fue un fracaso tan grande que no la siguió más allá del 20% de la población trabajadora. Un tanto por ciento al que habría que descontar los que hicieron huelga por miedo a los violentos piquetes ‘informativos’. ¿Miedo? ¿He dicho miedo? Lo he dicho. Pues debería haber dicho pánico.
Pánico a unos grupitos de matones que recorrían las ciudades obligando por la fuerza a cerrar establecimientos, a impedir que se cumplieran los servicios mínimos o a cortar calles y carreteras porque les daba la gana y conculcando todos los derechos habidos y por haber.
Y es que, en España, cuando al sindicato unitario CCOO-UGT, que no llega siquiera al 5% de afiliados entre todos los trabajadores, se le ocurre convocar una huelga general política, cuenta con un ejército de personajillos que, en grupo, se dedica a imponerla por la fuerza en la calle. Y como, lógicamente, quien juega con fuego termina quemándose, en Barcelona, la apuesta por la violencia se le fue de las manos y todo derivó en vandalismo. Pero, si causa de la causa es causa del mal causado, como decía aquel viejo principio de derecho, el causante de ese bandidaje la tiene quien fue la causa primigenia.
Dicho esto, este sindicalismo caduco, vocinglero y hortera que tiene patente de corso para alterar la paz ciudadana cuando se le antoja en defensa de sus propios intereses aunque nadie le haya votado en unas elecciones generales libres (su ámbito es laboral y siempre dentro de la empresa que es donde se les vota), se distingue además por no tener vergüenza alguna a la hora de usar la demagogia. El acto final de la manifestación en la Puerta de Sol (sólo caben 35.000 personas) fue todo un compendio de lo que se define como demagogia.
Aparte de las amenazas de Tojo, las mentiras de López y la chulería soez de Martínez para intentar darle la vuelta a su derrota en la calle, me llamó la atención, especialmente, unas palabras de Méndez que resumían la jornada de huelga política. Y fue cuando el líder barbudo de la bicefalia sindical se acordó del pequeño comercio de Madrid que, según él, se vio obligado a abrir cuando querían ir a la huelga.
Con esas palabras, resumió hasta dónde es capaz de llegar. O sea, que se apiadaba de ese pequeño comercio después de haber mandado a sus huestes a que lo cerrasen por la fuerza. Además de apalearlo, le llamaba cornudo.
Tras este desastre, el sindicato unitario CCOO-UGT dice que va a seguir haciendo huelgas generales si el Gobierno no se le hace caso, arrogándose funciones que no le corresponden y, menos, a cuatro meses vista de que una mayoría absoluta de los españoles votasen a Rajoy exigiéndoles reformas.
Pero a mí me parecería estupendo que, cada dos meses, convocase una huelga general. Porque, si lo hicieran, ese sindicato que se mueve entre la demagogia y el matonismo, desaparecería. Aunque me temo que será un farol después de lo de ayer.
En cualquier caso, bueno sería que el Gobierno hiciese una Ley de Huelga que parase los pies, como poco, a tanto dislate.
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