Los últimos estudios sobre la drogadicción en la Unión Europea nos colocan entre los primeros en puestos en consumo de cocaína por habitante. La prostitución es un fenómeno que salta a la vista cuando sales a la calle, no ya sólo en las grandes ciudades, sino, incluso, en cruces de carreteras. Y, si no sales a la calle, hay medios de comunicación que te tienen al tanto de las ofertas. En cuanto a la delincuencia se refiere, además de los malhechores aborígenes, poseemos un amplio muestrario de forajidos importados, desde kosovares a rumanos, sin olvidar la mafia rusa, que, de vez en cuando, no obsequia con un bonito ajuste de cuentas en la Costa del Sol, donde se demuestra que el antiguo empleo de sicario sigue vigente, aunque desconozcamos las condiciones laborares de tan siniestro trabajo. Todo ello, naturalmente, sin echar mano de la corrupción «made in Spain», que ha llevado a la cárcel a ministros, presidentes autonómicos y, en estos momentos, salpica incluso a la familia Real.
Pues bien, ante la posible instalación en España de un proyecto llamado popularmente Euro Las Vegas, uno de esos megaplanes tan fantásticos que a uno le cuesta creer en ellos, se ha desatado una explosión de puritanismo que me llena de asombro y estupefacción. Oigo y leo advertencias severas sobre la instalación de casinos en España, como si no estuviera el país lleno de casinos, y avisos casi
apocalípticos sobre la ola de prostitución y delincuencia que se nos avecina, como si viviéramos en una Arcadia donde no hubiera putas en cualquier esquina, y olvidáramos de que más de la mitad de los presos que se encuentran en las cárceles ocupan las celda por «delitos contra la salud pública», o sea, por trapichear con drogas. ¿De dónde han salido estos predicadores? ¿Viven fuera de España? Me imagino que habrá argumentos en contra de la instalación de este Las Vegas europeo, pero este brote de puritanismo me provoca sorpresa y una perplejidad de la que voy a tardar en reponerme.
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Luis del Val