La Cruz es el inicio de la esperanza de los cristianos. Cristo en la cruz es el símbolo de la entrega del Dios hecho hombre para que los hombres comprendan que han sido elegidos para ser luz de Dios en el mundo, testigos de su perdón, evangelizadores de su palabra. Dios en la cruz es toda una declaración de intenciones hacia el hombre, hacia el más humilde, hacia los más desfavorecidos, hacia los privados de la justicia y de la libertad. Cristo no muere para dar paso al derrotismo y la angustia sino para dar vía libre a la esperanza.
El nuestro parece un mundo sin Dios, con menos cristianos en las iglesias, aunque tal vez eso empieza a ser una frase hecha, y, en todo caso, son muchos millones los que cada domingo acuden a la Iglesia, los que cada día entran a rezar por los que necesitan ayuda, los que dedican parte de su tiempo a dar de comer a los hambrientos, a visitar a los que están en prisión, a consolar a las víctimas o a acompañar a los enfermos y sin techo. Los más pobres de la sociedad -de la nuestra, sin necesidad de irse al tercer mundo porque ya tenemos entre nosotros trozos de ese mundo de desheredados- son las criaturas predilectas del Dios de la Cruz y, también, de sus seguidores dos mil años después. De los mejores, porque muchos no damos la talla solidaria, cristiana, de exigencia de la doctrina del Cristo crucificado. En algún lugar, en algún tiempo nos juzgarán por ello.
El Viernes Santo es la fecha en la que se inicia el gran cambio de los cristianos. La muerte da paso a la resurrección. Sin ésta, vana sería nuestra fe, pero sin la entrega, la agonía y la muerte no habría sido posible la resurrección. ¿Hacia dónde vamos? ¿Hay sitio en esta sociedad tan materialista para el Dios del Perdón y del Amor? La propia situación de crisis que vivimos puede ser un momento para el cambio. Tener más, disfrutar más, dilapidar, explotar a los más débiles, humillar al contrario* o compartir más, repartir mejor, disfrutar con los demás, trabajar para los otros, defender la igualdad de todos los hombres, apostar por la fraternidad. Hijos de Dios, hermanos en su fe, comprometidos con su doctrina exigente…
El mundo cambiará y la Iglesia Católica tendrá que llevar su mensaje de otra manera especialmente a los que no la escuchan. Los débiles, los desfavorecidos, los presos, los humillados, saben que cuando ya no hay trabajo ni subsidio, cuando nadie va visitarles, cuando nadie quiere saber de sus problemas, hay muchos cristianos, hay muchas organizaciones como Caritas que les acercan el calor del Crucificado, su pan, un espacio donde protegerse, una mano tendida para sobrevivir. Sin esa Iglesia de Cristo, cientos de miles de ciudadanos sin esperanza no sobrevivirían. El Viernes Santo es una nueva llamada a la fraternidad entre todos los hombres de buena voluntad que aún mantienen su fe.
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Francisco Muro de Iscar