jueves, noviembre 28, 2024
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El cartero infiel

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«Mi carta, que es feliz, pues va a buscaros», que decía Campoamor, apenas tiene sentido en una sociedad donde el correo electrónico y los teléfonos han arrumbado el correo postal a una especie de sumario comercial, donde toda oferta e información bancaria tiene sitio, pero en la que la comunicación íntima apenas ocupa un somero lugar.

Eso no quiere decir que el correo ordinario carezca de importancia, o que pueda ser objeto de eliminación, censura o desprecio, porque nadie sabe lo que hay en el interior de un sobre, ni las dificultades o perjuicios que causa su pérdida.

Un mal cartero, un cartero infiel, arrojó a una escombrera de la provincia de Madrid más de siete mil cartas en las navidades de hace cinco años, y ha sido condenado a un año de prisión, que no cumplirá, y a una multa de 630 euros, que me parece castigo leve, pero que se enmarca dentro del desprecio a la comunicaciones, del asalto a la intimidad de los correos electrónicos, de la falta de respeto con que son hoy tratadas las comunicaciones personales, y que, con excusa de la persecución del delito, llegan a cotas tan inconstitucionales como inadmisibles.

El asalto a la intimidad, con permiso del juez o sin él; el avasallamiento de las comunicaciones personales, a través de recursos tecnológicos inimaginables, se encuentra tan extendido que el cartero condenado parece que lo único que hizo fue lo que suele hacer con frecuencia alguna que otra autoridad.

El cartero infiel es la consecuencia de una sociedad que ha perdido el respeto a los derechos del individuo, que se avasallan sin que nadie se escandalice, y -lo que es muchísimo peor- que se usan como arma de coerción, en una antesala espeluznante del totalitarismo.

El cartero infiel es una anécdota, pero la categoría reside en esa pachorra escandalosa e inadmisible con la que el Colegio de Abogados, por ejemplo, contempló la escucha privada de conversaciones entre acusados y sus defensores. Puesto que de esa desidia, de esa negligencia deslumbrante, vienen estas conductas que escandalizan mucho más, pero que puede que sean menos graves que el clima de condescendencia ante el evidente síntoma de una sociedad enferma y poco exigente.

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Luis del Val

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