Curiosa paradoja. Con todo lo que tiene que hablar, calla. La monjita imputada en el caso del robo de bebés ha ido a declarar porque no le quedaba otra, pero no ha dicho ni pío. Tampoco lo dijo cuando la fiscalía de Madrid la citó a declarar como imputada. El asunto es grave, ya que, según las diligencias podría estar implicada directamente en el caso del robo de niños. Calla porque los hechos denunciados son de hace 30 años y la monjita, con cerca de 80, como es lógico, anda con la memoria enflaquecida. Por el tiempo transcurrido y con la edad acumulada no recuerda nada de lo sucedido entonces. No es de extrañar. Por eso calla.
La monjita, sin embargo, ha escrito una carta abierta a la opinión pública y ha ofrecido en ella sus disculpas por no atender correctamente a los medios de comunicación después de su comparecencia en el juzgado. Lógico, ella no está acostumbrada a tanto “guirigai” de los periodistas. Pero los periodistas sí lo están a los desplantes. En esa carta abierta la monjita sor María asegura que «me repugna en lo más hondo de mi ser, considero inadmisible e injustificable en ninguna circunstancia y jamás he tenido conocimiento de la separación de un recién nacido de su madre biológica, realizada bajo coacciones y amenazas».
Curiosa redacción para una persona como sor María y con tan mala memoria.
El caso es que ni su silencio ni la carta han hecho variar la decisión del juez que mantiene la imputación sobre la monjita.
Hay que ver lo que son las casualidades. Pasada la Semana Santa, a la Iglesia parece que se le ha nublado la Semana de Gloria. Primero el obispo de Alcalá y ahora otro circo mediático en torno a sor María.
Qué curioso, como la monjita, la jerarquía de la Iglesia calla. Para eso hay un refrán.
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