El rey cazando elefantes. Pocas imágenes con mayor simbolismo: el representante de una institución agotada matando animales en extinción. Rajoy bajo el síndrome de La Moncloa poco después de cumplir cien días en la presidencia, silente como siempre, escapando de los periodistas en el Senado. Incapaz de explicar y defender sus recortes económicos a los ciudadanos después de que sólo se le oyera gritar en los mítines andaluces para defender a un candidato defenestrado. La oposición socialista, inútil, atrapada por los errores de los mandatos de Zapatero y con un líder que es sólo pasado. Las grandes empresas, aferradas a un mercado en recesión, agarrándose al desmonte de los reguladores para sostener sus privilegios y posición. La mayoría, lejos de sus clientes, a los que cuidan sólo cuando la competencia aprieta.
Un mundo y un país sin líderes, con un mercado e instituciones zombies en el sentido de Ulrich Beck: obsoletas para cumplir su función pero sostenidas por la inercia y la falta de alternativas. La desconfianza crece. Las encuestas del Centro de Investigaciones Sociológicas confirman el estado de la calle: la monarquía y la política pierden la confianza de los ciudadanos, igual que las grandes empresas. El escándalo Urdangarín, el disparo en el pie del nieto de los reyes y la cacería de Juan Carlos I ahondarán el repudio. Si no hay abdicación, al menos WWF-Adena, la asociación de defensa de la naturaleza y la biodiversidad, debería deponer al rey cazador de su presidencia de honor.
Las encuestas golpean a Rajoy y su gobierno, pero también a un PSOE deslegitimado y poco creíble. Más allá, la nada. El mandato paneuropeo de la canciller Angela Merkel y la vindicación de una tecnocracia que impone como verdades irrefutables convencimientos ideológicos y debilidades propias no resiste la crítica de una ciudadanía convencida de la llegada de una era de austeridad, pero harta de pagar los errores de todos y de ser la única víctima de los excesos y errores. Hasta los grandes medios liberales europeos como Financial Times o The Economist critican los recortes sin asomo de proyecto de crecimiento del gobierno.
En las redes sociales se vive la angustia al segundo. Muchos votan y gritan a fuerza de clic descreídos de los votos –con la abstención en permanente subida en las elecciones- y de los paros y manifestaciones mientras el gobierno intenta amedentrar a quienes protestan con el argumento de la mano dura. Otra vez la política del miedo y la doctrina del shock para sostener el poder.
La protesta en las redes sociales no es suficiente. Es efímera, a menudo dominada por intereses privados o de pequeños grupos y más espontánea que reflexión e inteligencia colectiva. Se buscan nuevos líderes cuando la política no funciona, los medios están a menudo muy lejos de las preocupaciones ciudadanas y los intelectuales se refugian en tribus o se apuntan a la sociedad del espectáculo.
Quizá el error sea pensar que volverá a haber líderes fuertes. Vivimos la era de los límites, en exacta expresión del filósofo Daniel Innerarity, donde el viejo consejo socrático de reconocer los límites abre la necesidad de un conocimiento colectivo y el desarrollo de políticas, instituciones y empresas resistentes a la fragilidad más que fuertes y poderosas. Líderes capaces de tomar decisiones, impulsar ideas y crear con acontecimientos imprevisibles lo que Nassim Nicholas Taleb, el defensor de la teoría de los cisnes negros, llama la antifragilidad: la capacidad de aprovechar lo desconocido, de hacer cosas sin total seguridad ni exacta comprensión. Una virtud de los nuevos negocios –como los de internet, las aplicaciones, etc.- aún no explotada por la política.
Taleb alerta de un nuevo imperativo moral: no aprovechar ese desconocimiento para dañar y ampliar la fragilidad de los otros. Y pone el ejemplo de los ganadores de la crisis económica: los ejecutivos, los bancos, los especuladores, los políticos aferrados al imperativo de los mercados.
Hacen falta otros líderes y nuevas ideas. Frente a la historia, el dominio de los mercados o el convencimiento ideológico, mejor los capaces de escuchar la pluralidad de voces que reclaman una nueva política y otra inteligencia. Aunque, como dice Taleb, aún no lo sepan todo. Lo importante es su poder de reacción, su creatividad y la capacidad para transmitir sus ideas y aprovechar la inteligencia colectiva.
¡Qué distinto al síndrome de La Moncloa y a la falta de conexión del trono con la sociedad a la que debería servir!
Juan Varela