Estabas sola. Acababas de salir de la ducha y te secabas delante del espejo. Te gustabas. Te gustaban tus tetas y recordabas lo me gusta comértelas. Mientras te seguías secando recordaste aquella mamada en el coche mientras conducía. Te excitaste.
Te empezabas a poner cachonda.
Te pusiste todavía más cachonda cuando te viste desnuda en el espejo y comprobaste lo duros que estaban tus pezones.
Ojalá estuviera aquí -pensaste- para comérmelos.
No solamente tenías duros lo pezones. Comprobaste que los pechos estaban tensos…, como esperando algo.
Te acariciabas las tetas mientras te seguías mirando al espejo. Empezaste suavemente para, un poco más tarde, frotarte casi desesperadamente. Estabas muy excitada y con los pezones más erectos que en otras ocasiones. Te acordabas de como te comía las tetas. Realmente me estabas deseando. ¡Qué pena de no estar ahí!
Súbitamente paraste y te pusiste de perfil. Te miraste nuevamente y no te extrañó que me gustaran tanto tus tetas. Eran perfectas, pensaste.
Casi tan perfectas como mi coñito, te dijiste.
El cuidado vello de tu pubis destacaba por su sencillez. Te gustaba cuidarlo: ni rasurado completamente, ni excesivamente poblado. Incluso se podía ver el inicio de la vagina. Estabas contenta de tu imagen interior.
¡Caramba! Seguías excitada pero el cuarto de baño no te resultaba agradable de modo que, envuelta en la toalla húmeda, te fuiste a tu habitación y te sentaste al borde la cama delante del espejo del armario.
Abriste las piernas. Desde el espejo podías ver como los labios vaginales se despegaban y aparecieron varios hilos del flujo que comenzaba a lubricar tu coñito.
Con las dos manos te separaste los labios de tu vagina. Restregaste los dedos de una mano por tu rajita y te la pasaste, primero por la nariz y, luego, por la boca. El olor a coñito húmedo te excitó aun más y recordaste cuando te lo hacía yo. Te cogía tu mano, te frotaba con ella tu coñito y luego lamías tus dedos con los míos. Te gustaba ese sabor entre amargo y dulzón.
Ya no podías parar. Ahora buscaste tu clítoris. Aparte del color rojo intenso que estaba apareciendo, notaste la sensación de que se estaba hinchando de manera agradable.
Te tumbaste a lo largo de la cama. Completamente desnuda. Con tus dedos te tocaste la entrepierna. Desde el clítoris, pasando por los labios, la raja de la vagina, y finalmente por el agujerito de tu culito, lo que te produjo una nueva sensación de agrado. Te acordaste de la última vez que ni siquiera hizo falta lubricante. Metiste la punta de tu dedo corazón. No paraste hasta que tu agujerito se adaptó al dedo. Avanzaste unos milímetros en introducir el dedo, pero te parecieron unos centímetros por el enorme placer. Te acordabas de mí.
Soltaste un suspiro mientras te seguías acordando de mí. Querías que estuviera a tu lado, pero como era imposible continuaste, cada vez más cachonda, con tu imaginación, de modo que empezaste nuevamente a frotarte con cuatro dedos la vagina y el clítoris.
Primero te abrías tu coñito con la mano derecha mientras que con el dedo corazón de la izquierda te frotabas.
Así una y otra vez, una y otra vez…, disfrutando…, húmeda, muy húmeda. Los labios, el clítoris y tus dedos estaban completamente empapados. Tanto que el flujo se te escapaba por la entrepierna y había manchado la sábana de la cama.
En ese momento te acordaste cuánto me gustaba comerte el coñito a pesar de algunas reticencias tuyas. En ese momento estabas deseando que estuviera allí para comértelo.
Estabas a punto de correrte, pero querías esperar un poco más para hacerlo.
Mientras seguías metiendo tus dedos en tu coñito empapado, te imaginabas como te la metía en tu lubricado coño, con esas «estocadas» que tanto te gustaban y luego en tu culito.
Pero no estaba allí y tu seguías sola. Los vaivenes de tu mano en el coñito ya eran frenéticos y compulsivos. Tus tetas se balanceaban de un lado a otro, de la rápido que te movías. El flujo seguía escapándose de tu vagina y también recorría el agujerito del culo lo que facilitaba la introducción de tu pulgar. Me imaginabas contigo y querías que me corriera dentro de ti.
Ya notabas que te venia el orgasmo.
La primera punzada de placer te llegó al imaginarte esa corrida en tu culito, como la última vez, mientras con tus dedos te seguías frotando los calientes y abultados labios de la vagina.
Estabas indecisa porque el segundo momento de placer antes de correrte llegó al pensar que descargaba mi semen dentro de tu vagina calentita y húmeda. Estabas a punto de explotar. Los músculos de tu vagina se contraían, el agujerito de tu culo se cerraba por el intenso orgasmo que llegaba y tus pezones se ponían todavía más erectos. Y de tu boca salían gemidos que intentabas parar mordiéndote los labios para que no te oyera el vecino. Una de tus manos seguía frotando la entrepierna y la otra las tetas. Fue en ese momento cuando ya no podías aguantar más y decidiste que tu orgasmo llegaría al imaginarme cómo me corría, no dentro de ti, sino sobre tus tetas.
Y así ocurrió…, descargando todo lo que había guardado hasta ese momento después de tanto tiempo.
Tras un largo y desgarrador suspiro, tu mano derecha seguía frotanto tus tetas que imaginabas mojadas por mi semen, mientras que la izquierda quedó inmovil sobre tu coñito que seguía expulsado flujo de tanto placer.
Olía a orgasmo en tu habitación.
Poco después, más relajada, te pusiste tu tanguita, te vestiste y te marchaste a trabajar. Ni siqiuiera te pusiste sujetador…, querías sentir tus tetitas libres y acariciadas por el jersey…, como si fueran mis manos.