Recuerdo perfectamente esas palabras del Príncipe de Asturias como la máxima enseñanza que le había dado su padre el Rey don Juan Carlos. «La Corona se gana cada día». Eran otros tiempos, y mejores, para la Monarquía en España. Su crédito y prestigio eran casi unánimes entre el conjunto de la población española más allá de sus tendencias ideológicas. Y era así porque los españoles éramos muy consciente de que el Rey se había ganado a pulso la Corona.
Que se la ha ganado con creces. Más allá de su origen. Muerto Franco y aupado él a la jefatura del Estado impulsó e hizo posible la Transición española. Con inteligencia supo maridar el interés general de España con el de la Institución. La democracia era inevitable e imprescindible y el encabezó aquel impulso que supuso la incardinación de la Corona en la Constitución como una monarquía parlamentaria ratificada legitimada y ratificada mediante referéndum.
Don Juan Carlos tiene prestado a la Nación ese servicio trascendental- que también le favoreció sin duda a él mismo y a lo que representa- y muchos otros. En la retina de todos el 23-F donde, dejémonos de gaitas y elucubraciones, la prueba del nueve es que si don Juan Carlos lo hubiera apoyado el golpe hubiera triunfado. Él lo abortó. Pero, aunque menos impactantes, sus tareas cotidianas han sido enormemente positivas. El Rey ha sido nuestro mejor embajador, nuestra mejor imagen en el mundo, hasta para mandarle callar a Chávez, y su prestigio internacional nos ha ayudado de continuo y con eficacia. Hasta ayer mismo, hasta ese contrato del AVE de la Meca o esa gestión petrolífera en Kuwait. El beneficio para España ha sido cierto y también lo ha sido para la Corona. Y de sus pecados, a que negarlo, todos nos hemos sonreído y hasta amparado.
Pero desde hace unos años esa percepción ha variado. Drásticamente incluso. Por primera vez la encuesta del CIS suspendía a la Corona (4,89) y luego vinieron en cascada los problemas y las salpicaduras. El caso Urdangarín ha sido lo más grave. La reacción, aunque tardía quizás, fue impecable. Pero un cristal, un tabú de protección nunca escrito pero asumido, se había quebrado. Y anteayer era lo del nieto pegándose un tiro en el pie. Y el día 14 de abril, que ya es puñetería añadida, día de la república nos desayunamos con la noticia de su accidente en Bostwana, en una cacería de elefantes, que encima, toma otra, es el símbolo de los republicanos americanos.
Lo de menos, aunque haya quien lo lleve por ahí es la caza y el elefante, por cierto perfectamente legal, regulado escrupulosamente y siempre en estricto control de sus superpoblaciones en alguna zonas de ese lugar, para mi el más hermoso y virgen de África, que es el delta del Okavango. La cacería es lo de menos. Empieza a ser algo más su coste. Que entre el «white hunter» el famoso Jeff Rann, que cobra 20.000 euros por sus servicios, amen de todo la impedimenta, viaje y sobre todo precio de cada pieza abatida, y un trofeo de elefante sale a 30.000, eso por menos de 100.000 euros no ha salido. Más aun con los costes del viaje de ida Gaborone y de vuelta urgente desde Maún en avión privado. Otra cosa es quien los ha pagado.
Y en estos momentos de zozobra, de angustia económica en un país que se tambalea y cuyos ciudadanos tienen sobre si la terrorífica losa de un paro que se acerca a los seis millones, en unos días en que nos asomamos al abismo con la prima de riesgo desbocada, la bolsa en picado y los ataques exteriores, como el de Argentina, acosándonos ¿ese el lugar donde debe estar y la imagen que debe dar su jefe del Estado?. Conocida además por un accidente, y ya van unos cuantos, de quien ha alcanzado ya una edad considerable para ciertas cosas de 74 años. Desde luego, en este trance no puede decirse que don Juan Carlos se estuviera ganando la Corona.
Los servicios de don Juan Carlos han sido muchos. Pero tal vez ha llegado el momento de pensar que quizás aun pueda hacer uno más e importante. Dejar paso a su hijo y heredero. Preparado, sólido, en mejor sintonía con fondos y formas actuales de entender incluso su función y cometido. Listo para ganarse también día a día la corona. Lo que menos necesitamos ahora es entrar un nuevo y traumático sobresalto de confrontación por nuestra forma de Estado. Pero lo que no podemos hacer tampoco es callar ante determinados comportamientos ni seguir encadenados a tabúes. Los aplausos no le han faltado a don Juan Carlos. Debe asumir que la crítica es inherente a la democracia y la libertad de opinión y pensamiento es principal valor. Su propia reflexión puede llevarle a lo que está llevando a bastantes. Tal vez sea el momento de ir dando los pasos necesarios para ese relevo. Por edad, por adecuación al nuevo tiempo e incluso por el propio interés de la Corona. Que ese ha sido el faro que ha guiado al Rey en todas sus decisiones.
Antonio Pérez Henares