Todos tenemos nuestro ángel azul. Se oculta tímidamente entre las bambalinas de nuestra vida cotidiana, permanece silencioso y se desprende con habilidad de costras de maldad que le arrojamos al quitárnoslas de encima. Todos tenemos costras, se forman con las impurezas del aire que respiramos, con las gotas de sangre que sudamos y con el vapor que nuestra respiración crea a nuestro alrededor. Nuestro ángel azul se desvela cada noche deshaciéndose de las escamas de mendacidad y maledicencia que crecen a los pies de nuestras sonrisas traicionadas. Cada noche se sumerge en la desdicha de nuestras desdichas para asumir en su cuerpo castigado nuestras desgracias como si fueran suyas.
Nuestro ángel azul conoce el ritmo de nuestro corazón, el pausado y cadencioso pulso de nuestros latidos. A él le toca destejer la maraña de de penas y desengaños que hemos tejido sobre nosotros cada día, respira nuestro aire de tristeza y lo exhala de nuestros pulmones con la misma inercia con la que lo inhalamos. Vivimos de día la torpe experiencia de nuestra vida, sin más. Y nuestro ángel azul arroja a las tinieblas de la noche nuestras penosas ensoñaciones, liberándonos de la carga con que nos desplazamos vagando por la existencia.
Si no tuviéramos nuestro ángel azul soportaríamos una carga cada vez más pesada, más insoportable y acabaríamos derrotados en cualquier esquina sin ningún atisbo de esperanza. Pero nuestro ángel azul vela nuestra calma, se desvive en nuestro sueño, se hace fuerte liberándonos y se agota después de conseguir abrir nuestras entrañas a nuevas ocasiones de optimismo. Cada noche es el principio de un nuevo día, y le debemos a nuestro ángel azul que así sea. Por eso nos levantamos cada mañana con más energía de la que teníamos al irnos a dormir, porque nuestro ángel azul ha hecho bien su trabajo.
El mundo, nuestro mundo, sucumbe a nuestros pies, se desliza por la pendiente, se deja caer. Nuestro mundo no conoce a nuestros ángeles azules, ignora su existencia, desconoce su tímido existir y su esfuerzo permanente por desasirnos de la calamidad y la desgracia. Nuestro mundo ignora el mundo de los ángeles azules, por eso la diferencia entre el día y la noche es tan grande. Dicen los sabios que la tierra gira, que se desplaza en órbita elíptica alrededor del sol, que por eso hay días y noches, primavera y otoño. Nuestro mundo se ha hecho a sí mismo girando y girando, pero se olvida de que los ángeles azules lo habitan entre la oscuridad y la claridad, entre el cielo y el infierno.
Vivimos entre la intolerancia y el fanatismo, entregados a elegir entre lo malo y lo peor. Pero hay hombres y mujeres, jóvenes y niños que se obligan a creer y en sus creencias descubren la fuerza de la razón, el motor, la palanca que los impulsa. Beivik no tiene ángel azul, no sabe reponerse, no entiende la paz de la conciencia, no comprende que la vida para ser vivida con corrección necesita de ángeles azules que cada noche nos arranquen el odio y la ira, el deseo mortal de la venganza, la vana inmundicia que nos ciega y que nos corrompe. Por eso Breivik rompe a llorar cuando escucha su propio alegato criminal, su discurso con máculas terribles que dañan con ser imaginadas. Breivik es un tumor con forma humana, un pedazo de carne aposentado en un alma humana podrida por sí misma, por sus costras, sus llagas, por la mendacidad y la maledicencia, por el terror de su crispación y la fatalidad de su mente enfermiza.
Ahora lo juzgan. ¿Quién sabe cuál es la pena para sus actos? La suya propia, sin duda. Esa que él no sentirá jamás por las víctimas que sembró, por los sueños rotos, por la angustia fabricada. Breivik será juzgado por criminal, pero sus crímenes no entienden de la pena, porque tras la muerte la pena es el estado que nos provoca y aunque cada noche los ángeles azules limpien las heridas del odio que sentimos, odiar a Breivik por la mañana no deja de ser un acto de excelsa humanidad. No sientan vértigo, se lo merece. Y hay otros Breiviks que pululan tras nosotros, nos rodean y se ocultan parasitando la vida decente de los demás para convertirla en la miseria que sólo ellos saben engendrar. Breivik al final no será juzgado en toda su dimensión. Porque mucho de él se oculta entre la gente que nos rodea, y en ocasiones son ellos mismos. Tengan cuidado, están por todas partes. Y no tienen un ángel azul que lave su conciencia.
Rafel García-Rico-Estrella Digital
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Rafael García Rico