El Consejo de Ministros de hoy, promete. Con toda seguridad, el Ejecutivo aprobará las medidas anunciadas el jueves por la ministra de Sanidad destinadas a tratar de ahorrar o disuadir del desmesurado uso de medicamentos. España es el segundo país del mundo que más fármacos produce y, es seguro, que el que más tira el dinero en medicamentos no utilizados. La ministra lo cifró en 1.300 toneladas.
La polémica estaba y está asegurada. Soy de las que cree que cuando el Gobierno adopta la medida no lo hace de manera caprichosa. Nunca pensé que Zapatero recortara el salario a los funcionarios públicos porque la idea le hacía gracia. En este momento se acude a una nueva política en lo que al gasto farmacéutico se refiere como alternativa, según la ministra, al copago por prestaciones médicas. Entre una opción y otra no cabe la menor duda que la adoptada es la menos gravosa para el estado de bienestar, con el añadido de que en toda Europa se paga por los medicamentos.
El Gobierno no ha descubierto la pólvora. Ya pagábamos por las medicinas y lo hacían incluso los parados, sector vulnerable por excelencia. Ahora no lo harán pero sí los pensionistas, en función de sus percepciones y ha sido este punto el que ha levantado ampollas. La crítica que suscitado es bien legítima pero los términos en los que algunos la hacen roza lo absurdo. Afirmar, sin datos, que con esta medida nuestros pensionistas van a morir antes, es tal exageración, tal demagogia que vacía la critica de cualquier contenido creíble y responsable. Ojalá nuestros pensionistas estuvieran mejor remunerados, mejor y más protegidos. Ojalá pudiéramos seguir viviendo como vivíamos, sin temor a perder el puesto de trabajo, sin incertidumbre cara al futuro más inmediato.
Ojalá los que tenemos hijos en edad de trabajar no estuvieran en paro y los que trabajan no lo tuvieran que hacer por mil euros en jornadas de doce horas. Ojalá, el paraíso fuera posible. Pero eso se ha acabado y mientras no se tome conciencia de ello, algunos irán de susto en susto. Suecia, paradigma del estado de bienestar, de la socialdemocracia más pura, en su momento puso patas arriba su estado de bienestar. Lo puso boca abajo y hoy Suecia no es la que era, pero continúa siendo un paradigma. Lo mismo cabe decir de Alemania -hay copago sanitario y farmacéutico- que si hoy vive sin nuestras zozobras es porque un socialdemócrata como Schröder hizo una reforma laboral en toda regla que después de un tiempo ha llevado a Alemania a tener unos índices de paro que a nosotros nos suenan casi a broma.
Estamos abocadas a grandes reformas. Estas se pueden afrontar de maneras diversas, entre otras razones porque la economía y mucho menos los mercados son una ciencia exacta y el Gobierno se la está jugando. Es consciente de su desgaste. Sabe que se esperan resultados y no descartan algún que otro abucheo pero al menos su presidente está dispuesto a asumir el pasar a la historia como el gran recortador y ello con la esperanza lógica de que tanto sacrificio de resultados de manera que al final de su mandato pueda ofrecer a los españoles unos mínimos resultados.
El desgaste está garantizado pero se podría aminorar si se huyera de la tentación de afirmar «nunca, jamás». Más vale callar o cuando menos sortear previsiones que no se tiene la seguridad de poder cumplir. ¿Está seguro el Gobierno que con las medidas adoptadas en lo que a la política de medicamentos se refiere se ha conjurado el copago por prestaciones sanitarias? No puede estarlo. Nadie está en condiciones de afirmar cual es el devenir de acontecimientos que no dependen exclusivamente de lo que se haga en España. ¿Tiene la certeza de que no habrá que subir el IVA?
Al Gobierno anterior se le criticaba, con razón, cuando profetizaba situaciones que nunca se produjeron. Este Gobierno, que ya bastante tiene con lo que tiene, ganaría terreno si en su discurso se huyera del «nunca, jamás». Cuando el abismo acecha, nada mejor que andar con tiento y hablar lo menos posible para no gastar un oxígeno que será necesario para explicar, con claridad, las reformas habidas y las que, según Rajoy, vendrán hasta el verano. El presidente es un hombre realista y a los suyos debería obligar a la máxima de «nunca digas, nunca, jamás».
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Charo Zarzalejos