Si yo fuera miembro del gremio de bares y cafeterías estaría molesto con el Gobierno. Cada medida de ahorro se traduce de inmediato en cafetitos. Aprueban el decreto penalizador del consumo exagerado de medicamentos y se aplica esta tabla de equivalencias. Así facilitan el cálculo doméstico a los pensionistas. La mayoría sólo pagará ocho euros al mes, total poco más de seis cafés. Eso que se ganan en salud, que a ciertas edades es más que conveniente evitar ese tipo de bebedizos. Las autoridades locales incrementan el precio de los transportes públicos y vuelven a utilizar la misma correspondencia: una tacita a la semana, cuatro al mes y cincuenta al año. De esta forma, el bolsillo ni lo notará. Seremos, con toda seguridad, el país europeo con los niveles de tensión sanguínea más baja, lo cual es muy conveniente en los tiempos que vivimos. Y así vamos, día tras día, descontando consumiciones y acostumbrándonos a calcular en cafelitos lo que gastamos.
Seguramente se habrán apercibido ustedes de la somnolencia matinal de muchos ciudadanos y de la tristeza infinita de los camareros, acodados en la barra sin nada que servir, y sin clientes con los que comentar las sorprendentes eliminaciones del Barcelona y del Real Madrid en la Liga de Campeones. Todavía quedan sufridores con posibles, pero muy pronto se verán obligados a eliminar los churros si quieren apurar el cafetito diario.
Mariano Rajoy debería prohibir a sus ministros comparaciones tan dañinas para el sector de la restauración y las economías emergentes de los países productores de café. Imagínense que cunde el ejemplo y otras naciones, acuciadas por la deuda soberana, utilizan el mismo sistema de cálculo. Podríamos llegar a cobrar mil doscientos eurocafés al mes o promover contratos mínimos de noventa eurocafés a la semana. Tampoco sería muy complicado exportar a la Europa deprimida un sistema tan original de medir los sacrificios. Podría firmarse, por ejemplo, que los griegos han suprimido ya de su dieta la totalidad de los cafés que ingerían, y los portugueses, tan aficionados por cierto al maravilloso café que consumen, seguirían por la misma senda. Terminaríamos por relacionar el consumo de tan preciado líquido con el porcentaje de inversiones solicitadas al mercado de capitales, de tal forma que a mayor deuda le correspondería menos kilos de café por habitante.
El presidente Rajoy pidió a los españoles que empleáramos algunos euros para ayudar a España, pero no utilizó estratagemas tan simples como las que describo irónicamente en esta columna. Fue valiente y muy claro. Sería bueno que sus ministros y algunas autoridades regionales tomaran ejemplo y dejaran de utilizar el café como referencia, no vayan a transformar el Euro en una nueva moneda: El Eurocafé.
Fernando González – Estrella Digital
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Fernando González