La victoria de Françoise Hollande no sólo va a cambiar el rumbo político de Francia sino que introducirá cambios en la correlación de fuerzas en la que se apoyaba la estrategia de la austeridad para combatir la crisis, impulsada por Merkel y apoyada por los dirigentes conservadores europeos y los gobiernos tecnócratas aupados al poder en el último ciclo de la política europea.
Seguramente, los socialistas que acompañan el éxito de su candidato en la Plaza de la Bastilla de París no están en estos momentos para reflexiones `profundas, pero a todos los demás nos corresponde hacer un análisis de urgencia acerca de las consecuencias inmediatas que supondrá esta elección:
En primer lugar, no todos los gobernantes, por mucho apoyo popular que hayan recibido, pueden disponer a su libre albedrio de las herramientas suficientes para aplicar con plenitud su programa. Si muchas veces este es en si mismo una quimera, en la situación que atraviesa Europa y especialmente la zona euro, la concertación entre los gobiernos es un bien indispensable para fijar un rumbo razonable que apunte salidas acordadas a la crisis.
En segundo lugar, más allá de las dificultades objetivas, Hollande, como Presidente de la República tiene capacidad para alterar la estrategia establecida por el dueto Merkozy, y eso es así porque ya es una demanda de muchos actores modificar el plan de austeridad para incentivar el crecimiento. Hollande tiene que hacer valer la diferencia entre modelos para salir de la crisis, y ahora dispone de una oportunidad inmejorable y debe hacerlo con urgencia, antes, incluso, de las elecciones legislativas de junio.
En tercer lugar, es obvio que con independencia de las desafortunadas declaraciones a las que nos tienen habituados los dirigentes del PP madrileño, Rajoy tiene la oportunidad de ver una cierta flexibilización de los rigores que les imponía la política económica europea. La consecución del control del déficit con un plazo más holgado, evitará tener que radicalizar aún más las medidas de ajuste que el gobierno ha emprendido, permitiendo un respiro que podría permitir una recuperación de la confianza ciudadana.
El cambio en Francia, diecisiete años después, once presidentes europeos caídos más tarde, imprimirá un nuevo perfil al rumbo cíclico de la política europea y puede suponer una nueva forma de entender las oportunidades que hay para salir de la crisis. Más allá de los efectos en política interior, el cambio francés abre nuevas expectativas que no solo alegrarán a los militantes socialistas del continente, sino a muchos gobernantes de centro y centro derecha que verán, con alivio, un nuevo impulso a políticas con menor coste social, político y electora
Editorial Estrella