El anuncio de dimisión de Rodrigo Rato como Presidente de Bankia ha logrado eclipsar en nuestro país a la victoria de Françoise Hollande, nuevo presidente francés. Y no sólo por la dimensión que ha adquirido la entidad financiera desde su fundación, hace ahora un año y poco más de dos meses como consecuencia de la fusión de seis cajas capitaneadas por Caja Madrid, que presidía el propio Rato desde el inicio del año 2010, sino también por la personalidad y la trascendencia que él mismo tiene en los mundos de la política y de la economía.
Todo empezó con el anuncio de Rajoy, en una emisora de radio, de la existencia de un plan para el saneamiento de nuestras entidades financieras que el Consejo de Ministros aprobará el próximo viernes, y con la impresión generalizada de que tras ese plan en realidad se perfilaba un desembolso estatal para sanear específicamente Bankia, provisionando con dinero público sus activos tóxicos y facilitando su viabilidad ante las instituciones financieras internacionales, atentas a nuestro funcionamiento bancario. Y todo terminó, unas horas más tarde, con la asunción de responsabilidades por parte de Rodrigo Rato que, dando un paso al frente, cualificaba la decisión del Gobierno y abría el paso a una renovación del quipo gestor que estableciera un antes y un después de esa decisión.
Si la dimisión del presidente de Bankia tiene un valor, ese es el de servir de extraordinario ejemplo de entereza personal y de liderazgo al frente de un equipo de gestión enfrentado al periodo más crítico de la economía española y de su mercado financiero. Si Rato ejemplifica algo es el carácter de servicio que se encuentra en su actitud desde que le nombran para asumir tareas en sectores estratégicos, ya sean públicos o privados, hasta que la necesidad o la circunstancia exigen poner fin a su tarea. Nada que ver con actitudes de resistencia expresadas por otros que aún nos sonrojan, y mucho menos con las luchas e intrigas palaciegas de otros que se han sentado, por ejemplo, en el mismo sillón que él había ocupado en la institución matriz. No hace falta recordarlo, las hemerotecas guardan suficiente memoria del impresentable espectáculo que la misma entidad, en su forma original, dio tan sólo unos meses antes de la llegada del exvicepresidente económico del gobierno a la alta dirección de la misma.
Rato es parte de la historia reciente de España como activo, y no precisamente tóxico, y no como parte del pasivo en que suelen terminar los responsables públicos de economía de nuestros gobiernos, sobre todo de los más recientes, que no soportarían un minuto de comparación con la gestión que el vicepresidente del gobierno para asuntos económicos del gobierno de Aznar, realizó en los años más fructíferos del periodo reciente de nuestra historia. Con su bagaje y con su trayectoria, por ejemplo al frente del FMI, Rodrigo Rato es un exponente de solvencia y eficacia que cruza nuestras fronteras y que aporta la dimensión internacional de nuestros mejores valores políticos y económicos, los más indispensables de nuestro país, en el contexto de la Unión Europea y de la zona euro, y en un mundo globalizado en el que España es una pieza de indudable solvencia e importancia.
El anuncio del Presidente de Bankia cierra un círculo de complejas relaciones en las que intervienen, una vez más, los mismos nombres en torno a los que ha girado la trayectoria más reciente del exvicepresidente de Aznar, que compartió gobierno con Rajoy y quien tuvo a su lado al actual hombre fuerte del económico del gobierno, Luis de Guindos.
Por último, su dimisión es una muestra de la virtud pública que todo dirigente político, económico o social debe mostrar no sólo ante su propio público – en este caso diez millones de clientes y más de cuatrocientos mil accionistas – sino también ante todos los españoles que al igual que los actores del mundo financiero, habrán podido comprobar en su actitud, su gesto y su comportamiento una demostración de coherencia personal que ya nos mereceríamos los ciudadanos de este país de todos y cada uno de aquellos otros en los que depositamos nuestra confianza electoral.
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Editorial Estrella