domingo, noviembre 24, 2024
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Las virtudes del socialismo

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Todo el mundo ha soñado en un momento determinado de su vida con la igualdad social, es decir, que todos los ciudadanos tengamos los mismos derechos y disfrutemos de los mismos beneficios sociales. De obligaciones ni hablar. Estos pensamientos solo pueden aflorar en el periodo post-adolescente del hombre, coincidiendo con la etapa que se les asignan a los jóvenes obligatoriamente el Documento Nacional de Identidad. O si prefieren ustedes, por lo de la imbecilidad nacional, el DEI –Documento Estatal de Identidad-.

Pasados unos años, si el joven no evoluciona y no cambia sus pensamientos sociales, es porque tiene un problema de desarrollo mental o porque es un indigente cultural. Por ley natural, la igualdad, afortunadamente, no existe, solo los rebaños de borregos pueden dar la sensación de igualad y uniformidad. ¿Será por eso que los políticos se empeñan que los ciudadanos seamos una masa borreguera?

Si eres de los jóvenes que piensan que estoy equivocado te voy a contar solo dos historias, que aunque antiguas, seguro te hacen reflexionar:

El profesor de ciencias políticas Mark Brawn de la  Harvard University, en una clase sobre las virtudes del capitalismo y el anacronismo socialista debatieron las ventajas e inconvenientes de ambos sistemas. La mayoría de los alumnos defendió el socialismo como un sistema justo de reparto equitativo. Viendo el entusiasmo que mostraron los alumnos con el socialismo, Mark Brawn ofreció la posibilidad de llevarlo a la práctica con todas las consecuencias que ello pudiera derivar.  Les propuso hacer el examen final con el sistema político que eligieran: el capitalismo donde a cada uno se le iba a calificar el examen individualmente o con el sistema socialista donde todos sacarán la misma nota, que sería el cómputo de la media de la clase. Solo puso una condición, que todos los alumnos debían ponerse de acuerdo y elegir el mismo sistema. Los alumnos, evidentemente al ser jóvenes y con el cortex sin desarrollar, eligieron todos el sistema socialista. Los empollones lo decidieron por solidaridad y los vagos por comodidad. Prácticamente nadie estudió pues la calificación iba a ser la media de la clase. El resultado fue una nota de 3.75, todos suspendidos. Mark Brawn  los citó para la recuperación de Septiembre, pero en esta ocasión todos eligieron unánimemente el capitalismo.

El comedor de la Mili. En Diciembre de 1.975, en el cuartel de Zarpadores de Valencia, se incorporaron los nuevos jóvenes para hacer el servicio militar. El segundo día de acuartelamiento se presentó el sargento Ordóñez en el comedor, como era costumbre, para dar la bienvenida a los mozos. Estando aun todos sentados en las mesas y después del postre, se acercó el sargento para soltar la parrafada de turno: “Estáis aquí para servir a la Patria y haceros hombres. Me gustaría que tengáis una estancia agradable y si tenéis alguna queja no dudéis en comunicármelo”. En el extremo de la mesa que yo me encontraba, estaba un chaval que más bien parecía una caricatura; cara de bonachón, regordete, pelado a cero y orejas de soplillo y para rematar con “careto” de pueblo. No recordaría como se llamaba a no ser por esta anécdota. Casi sin terminar el sargento con su breve discurso, el ingenuo chaval levantó la mano para hablar. Todos nos quedamos estupefactos, sobre todo los veteranos. El silencio fue tan intenso que juraría que se podían oír nuestros pensamientos flotando a nuestro alrededor y cortando el aire que respirábamos. Ese día descubrí por primera vez a un “Charly” en acción o un imbécil levantado la mano el lugar de estar callado. Para sorpresa de todos, el sargento  no se “encabronó” ni nos castigó, se dirigió al “Charly” y le dijo con voz “carajillera”: Dígame soldado, ¿como se llama?. “Olivares, mi sargento”, contestó con voz temblorosa. ¿Qué desea?. El Olivares para “cagarla” del todo, remató diciendo: “Tengo una queja”. En ese momento pensé que la tierra se nos tragaba. El sargento se abrió de piernas y sujetándose los pulgares en el cinto al más puro estilo chulesco, le preguntó: ¿Cuál es su queja?. Creo que en ese momento el Olivares ya tenía claro que la había cagado, pero era tarde. Después de tragar saliva y con voz temerosa dijo: “Mi sargento, he observado que en la comida los filetes no eran iguales, a unos les ha tocado un filete grande, en cambio a otros nos ha tocado uno pequeño”. La reacción no se hizo esperar,  el sargento pegó un mamporrazo en la mesa de su lado al tiempo que gritaba, ¡¡eso en mi cocina es intolerable y me parece una injusticia!!, al mismo tiempo que llamó al jefe de la cocina para reprochar tal injusticia. Nos quedamos todos atónitos comprobando que en lugar de bronca el sargento le hizo caso a Olivares.

Al día siguiente después de la comida, el sargento se acercó a mi mesa  y desde el centro del pasillo preguntó: Olivares, ¿está ya solucionado el problema?. “Sí mi sargento”, contestó Olivares, “ahora todos los filetes son igual de pequeños, gracias mi sargento”.

Eso es el socialismo y así lo cuento.

Juan Vte. Santacreu – Estrella Digital

Estrella Digital respeta y promueve la libertad de prensa y de expresión. Las opiniones de los columnistas son libres y propias y no tienen que ser necesariamente compartidas por la línea editorial del periódico.

Juan Vicente Santacreu

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