«Ari, ari, Patxi, lehendakari». Con este grito entusiasta recibían los socialistas vascos los resultados electorales de las últimas elecciones autonómicas. El PNV era la primera fuerza, pero de inmediato echaron cuentas y vieron que con el PP sumaban. Basagoiti había dicho a los suyos que sus votos serían votos al servicio del cambio y el PSE, aún con nudo en el estómago, no dudó en coger la palabra de los populares y pactar con ellos. El más proactivo en aquellas conversaciones, aunque a muchos cueste creerlo, fue Jesús Eguiguren que apoyó y facilitó _así lo reconocen los populares_ el acuerdo. Hace tres años ETA estaba en activo y el acuerdo alcanzado fue un acuerdo _dijeron los firmantes_ al que se podía sumar cualquier demócrata. La esencia y objetivo último del mismo era la nula condescendencia con quienes habían encontrado en las calles vascas espacios de exhibicionismo e impunidad. Además, servía para demostrar que el País Vasco era posible sin los nacionalistas en el Gobierno. El PP consiguió como contrapartida tangible la presidencia del Parlamento vasco y nada más.
ETA recibió a Patxi López con un atentado y su discurso, su actitud y la de su Gobierno poco o nada recordaba a lo visto anteriormente. Se retiraron carteles de etarras y todos percibieron que las cosas eran distintas. Hay que afirmar que pacto funcionó, más allá de discrepancias que siempre fueron resueltas sin griterío ni dramatismo. La amenaza etarra unía a los que militando en partidos distintos, habían compartido sangre y miedo.
Pasado el tiempo y con ETA vigilante pero sin asesinar, las cosas fueron cambiando. No siempre ha habido coincidencia de diagnóstico ni de ritmos, pero han tenido buen cuidado de no airear sus discrepancias pero aún así algo se transpiraba en el ambiente para que ni un solo ciudadano vasco se haya sorprendido por la ruptura del pacto. Realmente estaba agotado. Los socialistas -lo llevan en su ADN- se han mostrado incapaces de evitar que la presión que hay que ejercer única y exclusivamente sobre la izquierda abertzale y la propia ETA se haya deslizado hacia el Gobierno y ya forme parte de su discurso la teoría, que no es nueva, de que hay que favorecer la convivencia y para ello se reúnen con los verificadores y se organizan ponencias que van a ninguna parte y congresos que no saben en donde buscar su referencia, si en Irlanda o en Italia. En fin, un laberinto que la izquierda abertzale contempla desde la distancia, encantada de que todos estén dando vueltas y liándose con algo que es de su estricta responsabilidad: exigir que ETA se disuelva. Ni lo van a pedir y ni ETA se va a disolver.
Pero el vaso lo ha colmado los recursos de inconstitucionalidad contra las reformas, reajustes, recortes, como se quiera llamar del Gobierno. Patxi López lo hizo sin previo aviso y en clara coincidencia con el PNV que, dicho sea de paso, le ha dado igual la carantoña porque lo único que quiere es que haya elecciones. Afirmar como ha hecho el lehendakari que la disyuntiva es «recortes o Euskadi» no lo mejora Sabino Arana. ¿Puede un socialista de toda la vida emplear esta disyuntiva? Un socialista de toda la vida puede y debe criticar las decisiones del Gobierno, pero nunca debe hurtar el discurso al nacionalismo. El PSE estaba en esa deriva que es, en el caso del País Vasco, en la deriva que cae siempre y que siempre le ha dado tan malos resultados.
Basagoiti ha roto el pacto después de que Odón Elorza afirmara que ya no era necesario sin que nadie de su partido le rechistara y Patxi López ha afirmado que se sienten «liberados». Si había alguna duda del acierto de Basagoiti, el propio lehendakari se ha encargado de disiparla. Basagoiti ha acertado al no regalar al PSE casi un año de campaña electoral en contra del Gobierno del partido que le va a permitir que en su currículum figure ya para siempre su condición de exlehendakari.
Todos estamos muy liados con Bankia, Guindos, Merkel y demás protagonistas y acontecimientos, pero el que se avecina en el País Vasco no es de orden menor. Solo es cuestión de tiempo.
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Charo Zarzalejos