martes, noviembre 26, 2024
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Mladic en La Haya

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La imagen de Mladic sentado en la sala de juicios del Tribunal de la Haya es la imagen de un intento más por establecer la justicia que hasta ahora le ha sido sistemáticamente negada a la población musulmana de Bosnia. Es un intento más, pues a lo largo de los últimos diecisiete años, las víctimas del genocidio perpetrado en las guerras de los Balcanes no han recibido ni el consuelo ni la justicia suficiente para satisfacer, al menos moralmente, el dolor sufrido por la barbarie nacionalista de los terribles militares serbios y croatas.

Aquella no fue ni una guerra de frentes ni un conflicto entre dos países. Fue, sobre todas las cosas, una persecución de civiles, un intento despiadado de remodelar la composición étnica de una república constituida sobre un suelo que había vivido en paz los cuarenta años anteriores. Con milimétrica precisión y con infinita maldad, serbios y croatas se arrojaron a una barbarie que colocó en el punto de mira a todo ciudadano que no respondiera al patrón étnico conveniente.

Serbios y croatas se enfrentaron en un salvaje aquelarre de criminalidad y luego ambos se ensañaron con los bosnios musulmanes, dando rienda suelta contra estos a toda una estrategia de eliminación que carecía de razón posible. Los croatas, posteriormente y por razones más tácticas que morales, pactaron una estrategia común con la población musulmana bosnia contra los serbios: los unió el instinto de supervivencia y el deseo de contar con el apoyo de la comunidad internacional. El campo de batalla siempre fue el conjunto del país, sus aldeas y pueblos y la capital Sarajevo.

Ahora Mladic, como antes Milosevic y Karadzic, se sienta en el banquillo de los acusados del mismo modo que lo han hecho, también, otros muchos militares de menor graduación. Pero nada indica que el destino de este militar sea el mismo que el de los oficiales que trabajaban a sus órdenes y que han sido condenados. La estrategia de la dilatación del tiempo y la pulcritud que debe acompañar a los juicios de esta envergadura, juegan a favor de un criminal envejecido, soberbio y enfermo que seguramente aspira a morir sin haber culminado el desenlace del juicio.

Esa es la realidad de la justicia de La haya, la que se construye sobre márgenes de tiempo que carecen de justificación cuando aún faltan por descubrir los cuerpos escondidos de las víctimas olvidadas, sino formalmente, si en el sentido más doloroso de la memoria: el que exige una reparación que consuele a sus familiares, castigue a los culpables y siembre de obstáculos el camino a otros criminales que aspiren a ejercer del mismo modo su brutalidad.

Nada más comenzar se ha producido otro receso de la audiencia pública. Quizá dure meses. Ese tiempo debería contribuir a que la comunidad internacional reforzará su solidaridad con los perseguidos de Bosnia Oriental, para que juntos todos los europeos hiciéramos una reflexión compartida no sobre primas de riesgo o rescates de bancos, sino sobre el riesgo de vivir a la sombra del genocidio en nuestra propia tierra y el rescate imprescindible de una memoria combativa que impida la repetición dolorosa de los crímenes atroces.

Rafael García Rico

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