El mercado es un dragón que se come los beneficios crudos y la fama de los países a puñados mientras le caen miguitas por su boca de Gobiernos disecados, el último de ellos es el griego al que ha devorado sin piedad. Da la impresión de que al furibundo mercado se la trae al pairo la cantidad de vestales que se hayan ofrecido en su honor: brotes verdes, metáforas de túnel, rayos de esperanza y ensaladas de memeces las desayuna todos los días sin que le cambie el aliento a azufre.
Al mercado lo que le asusta es que le hablen en su idioma, un tipo como el doctor House sería estupendo para evaluar la salud de nuestras cuentas, eso que nos íbamos a ahorrar en dietas de los observadores internacionales que ha invitado el Gobierno. Por otra parte, ¿si los números estaban prístinos e inmaculados, para qué hemos fichado a unos exorcistas de los balances?
De haber contado a tiempo con un doctor House nos habríamos ahorrado mil y un disgustos en las cajas, y lo de ahorrar no es metáfora porque estos timos nos han salido por un pico. Ahora que House deja la serie y el personaje queda sin autor sería un momento estupendo para verter el genio del famoso médico en un ministro de Economía. Si el doctor Frankestein pudiera trepanar el cerebro de Luis de Guindos para situar dentro de él los pensamientos del doctor House habríamos creado el antídoto contra el monstruo de los mercados. Un ministro que dijera las verdades del barquero y ahora con mayor motivo porque hemos descubierto que a la señora Merkel le van las góndolas para contar secretitos. El ministro House tendría el sentido del humor del difunto Eugenio, es decir muy serio pero tirando a dar. En estos últimos años hemos padecido un desfile de expertos en paños calientes que camuflaban el déficit con la misma intensidad que lo negaban. Zapatero dijo que la economía era un estado de ánimo y allá que se apuntaron Solbes y Salgado a clases de aerobic.
La diferencia entre el carácter norteamericano y el español es que durante tres décadas de series ellos inventaron a un médico faltón pero muy entretenido y nosotros a Chanquete. Es evidente que la balanza de pagos en lo que respecta a personajes de ficción nos perjudica; aquí parece que huimos de la verdad por si acaso tuviéramos que enfrentarnos a ella. El concepto de patada a seguir no lo inventó un entrenador de rugby si no un político español con ganas de complacer al ministro. La patada se pega fuerte, el problema se desplaza y ya vendrán otros a encontrarse con el desastre contable y entonces veremos lo que hay que hacer.
Pagamos las consecuencias de haber hecho una política económica de invernadero, bajo plásticos. Todo antes de reconocer que nos faltaban luces.
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Rafael Martínez Simancas