España está como está pero el Gobierno dispone de mayoría en el Parlamento y esta es la circunstancia que explica sino el desdén, cuando menos, la falta de interés de Mariano Rajoy a la hora de aceptar la colaboración que le ha ofrecido el líder de la oposición. Llevan desde el mes de marzo sin hablar y se verán el viernes en La Moncloa pero, para que quede claro, el sitio que Pérez Rubalcaba ocupa en la agenda presidencial, ese mismo día, Rajoy también recibirá a Durán Lleida, portavoz de CiU en el Congreso. Esta forma de ninguneo ni es nueva ni es un invento de Rajoy. Es costumbre entre los poderosos. Probablemente Rubalcaba habría hecho lo mismo en caso de encontrarse en disposición de poder hacerlo. Rajoy le ningunea porque no le perdona que el PSOE votara en contra de las medidas que ha puesto en marcha el Gobierno para combatir la crisis. Por eso y porque es la forma que tienen los políticos de recordar quién es el que manda.
Rubalcaba, al igual que Rajoy, es un profesional de la política -llevan más de la mitad de sus vidas viendo el mundo a través de los cristales entintados del coche oficial- y esa circunstancia imprime carácter. Aunque el juego consiste en deshacer los avances del rival, lo dos saben que la política es tornadiza y que los papeles son intercambiables. Hoy es Rajoy quien ocupa plaza en La Moncloa, pero mañana podría ser Rubalcaba. Dado que ambos tienen como lema aquél que proclama que «resistir es vencer», estoy convencido de que ni Rubalcaba se ha tomado a mal el ninguneo que supone compartir agenda con Durán ni Rajoy lo ha decidido así por motivos personales. Todo es más sencillo: el poder no se comparte, se ejerce. Y en eso están. Cosa diferente es si no sería mejor para España que ambos dejaran de lado las estrategias de culto a la personalidad y puesto que tenemos cinco millones y pico de parados y una situación financiera límite optaran por comportarse como estadistas remando en la misma dirección. Me temo que sería tanto como pedir un milagro.
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Fermín Bocos