En unas presidenciales explosivas, dominan unas cuantas cuestiones genéricas. En unas elecciones ajustadas, un abanico amplio de inquietudes menores — las relevantes para los electorados estratégicos de estados clave — pueden acabar siendo cruciales.
El Presidente Obama puede haber esperado una reelección clara, al estilo de la de Ronald Reagan en 1984. Como mucho, volverá a la Casa Blanca en la línea de George W. Bush en 2004 — tras una batalla sin cuartel a lo largo de todo el mapa electoral. En estos comicios, los estadounidenses están atentos de forma desproporcionada a la economía, quedando atrás las cuestiones ideológicas en la lista de prioridades. Pero no significa que los debates ideológicos sean electoralmente irrelevantes. Para Obama, podrían importar entre el peor de los grupos en el peor de los lugares.
Pensemos en el voto católico. En conjunto, la categoría no es particularmente relevante. Los católicos hispanos son más Demócratas en su orientación que los católicos. Los católicos muy religiosos son más Republicanos que sus homólogos menos ortodoxos. Una confesión compartida no siempre se traduce en un comportamiento político compartido. El término «Protestante» se aplica a los votantes afroamericanos y a los evangélicos blancos, pasando por los episcopalianos y los baptistas del Sur. El catolicismo, aunque institucionalmente más unido que el protestantismo, tiene por lo menos la misma diversidad teológica, cultural y política.
Pero esto no significa que en su conjunto del catolicismo no pueda ser electoralmente relevante. Los votantes blancos no hispanos pueden importar enormemente en algunos comicios ajustados. Y Obama se ha empleado a fondo por alienarles.
La principal ofensa ha sido la obligatoriedad de ofrecer medidas contraceptivas, la esterilización y los abortivos, impuesta por el Departamento de Salud y Servicios Sociales dentro de la reforma sanitaria Obamacare — una regulación que convierte los centros hospitalarios, las universidades y las organizaciones católicas de caridad en instrumentos de una política federal que consideran ofensiva. Entre principios de marzo y mediados de abril — poco después de abrirse la batalla por la medida — el Pew Research Center concluía que el apoyo a Obama entre los católicos había caído del 53% al 45%. Del 45% al 37% entre los católicos blancos. Estas cifras han permanecido bajas. Obama obtuvo el 54 por ciento del voto católico en 2008. Un reciente sondeo Gallup sitúa el apoyo católico a Obama en el 46 por ciento.
La correlación no constituye causalidad. Pero en este caso, no parece simple coincidencia. John White, profesor de ciencias políticas en la Universidad Católica de América, concluye que la caída de Obama entre los católicos «se debe sobre todo al reciente debate en torno a la salud pública y las medidas contraceptivas”. Muchos católicos tienen diferencias con sus propias instituciones. Ello no significa que quieran que estas instituciones sean blanco del Estado. Están encantados de criticar a sus propios obispos — pero no quieren oír que los obispos son insultados en sus opiniones por los políticos.
Y la responsable de Salud Pública Kathleen Sebelius es un insulto constante a las creencias de los católicos tradicionales. En testimonio en una vista reciente de la Cámara, Sebelius admitía que no había consultado ningún precedente constitucional ni había solicitado consejo legal al Departamento de Justicia al tomar su decisión en torno a la obligatoriedad de las medidas contraceptivas. “Congresista”, explicaba, «no soy letrada y no voy a simular entender los matices de los mecanismos constitucionales”. Lo único peor que la indiferencia a la libertad religiosa es la indiferencia ignorante e informal a la libertad religiosa.
He afirmado previamente que la administración Obama, motivada por un progresismo instintivo, se toparía con este conflicto con los líderes católicos. Es posible, no obstante, que Obama haya hecho el cálculo político de que atraer a los jóvenes votantes no practicantes vale la alienación de los católicos tradicionales. Pero incluso si esta estrategia tiene sentido a nivel nacional, podría no ser inteligente en, pongamos, Pennsylvania u Ohio, donde los votos de los católicos blancos importan enormemente.
Los obispos católicos de Pennsylvania auspiciaban recientemente un día de oración y ayuno en respuesta a lo que llaman «la violación grotesca y sin precedentes» de la libertad religiosa por parte de la administración Obama. La Conferencia Católica de Ohio daba su apoyo a una resolución legislativa estatal que insta a Obama a anular la medida obligatoria del Departamento de Salud y Servicios Sociales.
¿Es en serio parte de la estrategia de Obama para los estados electoralmente cruciales desmontar la coalición Demócrata de Franklin Roosevelt en mitad de una campaña ajustada por la reelección? ¿Creyó que los católicos tradicionales iban a guardar silencio?
Bueno, no lo han hecho. 43 instituciones católicas, Universidad de Notre Dame, Universidad Católica y archidiócesis de Nueva York y Washington incluidas, presentaban el lunes una demanda en los tribunales federales para revocar la medida obligatoria. La Conferencia Episcopal de los Estados Unidos ha instado a todos los católicos a mantener 14 días de «oración, estudio, catequesis y acción pública» en defensa de la libertad religiosa del 21 de junio a la fiesta del Cuatro de Julio. Esto sucede exactamente en mitad de una campaña presidencial. También se produce, nada casualmente, en torno al Ayuno de Santo Tomás Moro, que dijo «El buen servidor del rey, pero primero Dios”.
Michael Gerson-Estrella Digital
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