martes, noviembre 26, 2024
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La ley del silencio

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Todas las mañanas espero recibir noticias de alguna redada en las oficinas centrales de Bankia. Todavía aguardo la intervención de agentes judiciales, de la brigada de delitos financieros o el desembarco de los inspectores de la Agencia Tributaria y del Banco de España. Pasan los días y nada se mueve. Rodrigo Rato desapareció en la espesura de la privacidad por arte de magia para convertirse en una especie de espíritu silente. Antes de desvanecerse pidió tranquilidad y confianza en el futuro. La sencillez personificada.

De inmediato apareció en su lugar José Ignacio Goirigolzarri.  Este buen hombre, colgado de su experiencia ejecutiva y de apellido impronunciable, se ha manifestado con una frialdad de forense, sin reparar que el cadáver que manipula es de todos los españoles. Ha dejado ya algunos titulares para despachar la crisis: No se devolverá el capital público enterrado en la fosa séptica de la Caja, no piensa pedir responsabilidades a nadie y destaca la solidez financiera del fiambre. ¡Asombroso! Es realmente apabullante manifestarse así pocas horas después de mendigar 25.000 millones de euros, más del doble de lo que vamos a ahorrar sacrificando la calidad de la sanidad y de la educación de los ciudadanos. Es tremendo que se vaya a descontar esa billetada de los recursos públicos, pero todavía es peor que nos lo vendan como si fuéramos todos tontos de baba.

Se ha dicho que los directivos, miembros del Consejo de Administración de la Caja, van a ser cesados. Faltaría más. He repasado la relación de este colectivo de lumbreras, también los sueldos que perciben y las dietas ingresadas por asistir a los consejos de la entidad. Comparecían, cobraban y no se enteraban de nada. Hablamos de representantes de UGT, CCOO, Izquierda Unida, PSOE, PP, dirigentes de instituciones provinciales y delegados de otros ámbitos sociales. ¿Recuerdan ustedes que alguno de ellos, colocados en esa mesa para defender nuestros intereses, haya denunciado lo que allí se cocía? Nada de nada. Ver, oír, callar y firmar la nómina.

La Vicepresidenta que fue del gobierno socialista, doña Elena Salgado, cobijada ya en otro despacho bien remunerado, se ha diluido también como un fuego fatuo en la noche cerrada del pasado más inmediato, como si hubiera transcurrido una centuria desde que se bajó del coche oficial. Elena Salgado tuvo que estar al tanto de la evolución coyuntural de la Caja y de los apuros crecientes que registraban los balances desde que se convirtiera en un banco. Alguien debió informarle del crecimiento desmesurado y suicida de la Caja, después de fundirse con otras más pequeñas agobiadas por sus activos tóxicos. Creerse la milonga de un presunto desconocimiento de todos estos cambalaches es muy difícil. Si así hubiera sido, el pecado de torpeza cometido sería tan grave como el de la inoperancia manifestada durante su mandato. Tampoco debemos olvidarnos de todos los integrantes de la Comisión de Asuntos Económicos del gabinete Zapatero, tan protagonistas en todo este asunto como la propia Elena Salgado.

El papel que ha representado el Gobernador del Banco de España es digno de pasar a los anales de lo absurdo. Se ha pasado los últimos años recomendándonos medidas radicales, como la reforma laboral o los recortes más insolidarios, mientras se desmoronaba la Caja. Este intruso de la macroeconomía, con ínfulas de profeta, se dedicó a la política en vez de mantener su casa limpia y ordenada.  No  le recuerdo advertencia alguna del desastre que se nos venía encima. Tampoco el gobierno nacionalizador de Bankia estuvo muy fino. Una medida así se anuncia un domingo y de inmediato se suspende la cotización de la compañía intervenida en bolsa. Demasiadas horas de silencio y de confusión hasta que el señor de Guindos intervino.

El derrumbamiento catastrófico de la cuarta empresa financiera española es todavía una ecuación sin resolver. Las incógnitas se van despejando muy lentamente, como si alguien hubiera diseñado una estrategia de camuflaje y todos los obligados a comparecer en la tribuna pública tuvieran el salvoconducto para escurrir el bulto, como si tal desaguisado no fuera con ellos. Los que tendrían que tirar de la manta parecen empeñados en arrastrarla lentamente para tapar piadosamente el muerto. Todos esperamos que se rompa la ley del silencio y desde el primero al último nos expliquen lo que ha pasado, cuánto nos va a costar y quiénes son los culpables.

Fernando González-Estrella Digital

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Fernando González

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