Los analistas especializados califican como “decepcionante” el comunicado del colectivo de presos. También lo hace así el consejero de interior vasco, Rodolfo Ares. Las expectativas, al parecer, eran otras. Así que la banda, en su versión carcelaria, suma y sigue. La decepción vuelve a instalarse entre quienes esperaban más. Quizá sea ese el error, el continuo error: cifrar esperanzas en actos construidos por la voluntad de los asesinos. La realidad nos dice – y la historia también- que no hay una solución determinista para el fin del terrorismo, sino todo lo contrario: qué unos dejen las armas no quiere decir que otros, o ellos mismos, convengan en terminar con el terrorismo. Parece una paradoja, pero no lo es.
El terrorismo, con el paso de los años, ha adquirido una dimensión más compleja que la del asesinato. Su objetivo original, el terror, ha adquirido valor en otros aspectos de nuestra conciencia colectiva. Nos da terror desaprovechar oportunidades, nos da terror obviar la posibilidad de un rencuentro con la paz. Y por eso, o entre otras cosas por eso, nos hipotecamos al continuo de acciones que esperamos sean evolutivas en el proceso: unos dejan de matar, otros proclaman el recorrido político, otros se arrepienten…y no es así. Tras la voluntad de explorar la paz, los criminales intuyen una oportunidad distinta de imponer el chantaje. Presos a la calle, por ejemplo. Y eso se hace en un contexto en el que la responsabilidad pasa de un lado al otro. Y entonces, todo se convierte en táctico.
Le pasa al PP esto del síndrome de querer avanzar en la senda iniciada con los anuncios grandilocuentes y el nuevo escenario recibido al formar gobierno, y eso tiene consecuencias lamentables entre quienes se hicieron a la idea de que el fin de la violencia no sólo era unilateral, sino que además no comportaba obligaciones por parte del Estado. La verdad es que aún queda trayecto, y por cierto la parte más penosa de él una vez terminada la violencia.
Si el estado faculta medidas para rebajar la presión sobre el colectivo, la consecuencia lógica debería ser una reacción positiva por parte de los criminales. Pues no, estos, enrocados en la necesidad de auto justificación, buscan una salida en la que el reingreso en la sociedad no se haga sobre la idea del error y el reconocimiento de los crímenes y, por tanto, del arrepentimiento. Ellos añaden que tampoco de la “delación”, como si eso tuviera interés. Apenas queda a quién delatar y están todos más fichados que los propios presos. Así que de lo que parece tratarse es de negar la evidencia de la derrota y aparentar una negociación bilateral en igualdad de condiciones para, después y por detrás, ir plegando poco a poco ante las evidencias.
Los presos deben reconocer el hecho criminal si eso es lo que plantea el Estado. Otra cosa es que eso haya que plantearlo. Sinceramente, a mí que pidan perdón me parece no sólo irrelevante sino además impertinente. No creo en su buena voluntad ni en su deseo de reconciliación. Creo que han perdido y que otra cosa será lo que haya que hacer para acabar de una vez y para siempre con es lacra. Y eso tampoco limita que cumplan íntegramente las penas establecidas. Y luego que pidan perdón. Entonces veremos sin son sinceros.
¿A quién decepcionan los presos etarras? A mi no. Son lo que son.
Rafael García Rico-Estrella Digital
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